¡Pues menos mal!: faldeamos,
dejando atrás Peña Santa; entre aquellas cumbres existen unos vallecitos, y a la
hora, o así, empezamos a ver alguna oveja, las transhumantes, que pasan el
verano en la sierra, (“Ya se van los pastores
a la Extremadura / ya se queda la sierra triste y oscura!), al poco al
pastor, un muchachico más pequeño que nosotros, quien nos llevó al chozo, nos
rescató del naufragio; había bajado su hermano a por comida.
Habíamos vaciado las
cantimploras; en el sombrío de las rocas
había nieve; llenamos una perola grande con patas, que nos prestó el pastor;
apañamos retamas secas; prendimos hoguera, con poco rendimiento fundimos, para
beber, peroladas de nieve; cenamos de las viandas; intercambiamos queso con el
zagal…
En el chozo había un
camastro para dos personas a la larga. Nos metimos cuatro, los otros dos en el
suelo.
Cuando salió el sol,
recuperados, ¡arriba! Preparamos un pote con agua, leche condensada, galletas
y cola-cao. No sé cuántos vasos de
aluminio nos jalamos cada uno. Al pastorcico no le gustaba. Prefirió sus sopas,
como todos los días.
Con mucho agradecimiento,
pagamos a Modesto. Nos indicó, el camino ya era fácil, bajando casi siempre,
hasta los lagos. Fíjense la subida desde Covadonga, pero como nosotros veníamos
de más arriba a ellos llegamos bajando.
Además al poco, por aquellas laderas, apareció
un muchachote asturiano. Venía de arrecantar las vacas. Hacía poco se había
licenciado de la mili en Valladolid.
Por allí andaban unos niños
de la “Scola Cantorum” de la “Santina”. Ellos, por trochas, bajar y bajar, nos
condujeron hasta el santuario. Ya atardecía. Yo, habitual del “Juego pelota”,
conocí a un paisano, un mocetón, a quien había visto en la casica del mismo.
¡Justo!, era el marido, reciente, de la hermana menor de “los Tarines”:
Avelino, Nisio, Acacio, Peque, etc. Él
nos indicó una habitación con dos camas para dormir.
Ya no recuerdo muy bien (lo
de la montaña no lo he olvidado) de qué forma visitamos Cangas de Onís, Arriondas,
hasta llegar a Ribadesella. Ese día coincidimos con el descenso del Sella en
piragua. Allí, en Ribadesella, en una fonda (nos habíamos quedado sin tienda de
campaña) pernoctamos la cuarta noche.
Posiblemente el viaje de
Ribadesella a Oviedo, si no completo (algún tramo debimos caminar) lo hicimos
en auto-stop. Se nos acababa el dinero. En “Vetusta” teníamos varías familias
de parientes. Con quien más trato habíamos tenido era con la de un primo de mi
padre, Eugenio Modroño y Oliva. Cuando yo era niño pasaban temporadas en esta
casa: el matrimonio, con la niña mayor, Charo; un verano “Menchu”, que era
preciosa; unas vendimias Genín, dos años mayor que yo. Tuvieron una droguería
en la calle Uría, esquina a Independencia. Allí nos presentamos los cuatro. Charo
y “Menchu” ya se habían casado. Nos prestaron su habitación con dos camas. Como
nos quedaban vituallas, no quisimos aceptar el desayuno. Pasamos el día
visitando la ciudad. Los Astudillos acababan de leer “La Regenta”. Por allí nos
anduvieron dando lecciones. Comimos en el Campo de San Francisco.
Con el último dinero que nos
quedaba cogimos, recién anochecido, un tren para Valladolid. A mí me
despertaron, sobre las tres de la mañana, al llegar a Pucela. La fonda ya la
conocíamos, y nos pillaba cerca: “el Campo Grande”. En Castilla no son tan
frías y húmedas, las noches como en Asturias.
Comimos las últimas viandas,
creo pudimos comprar dos “riches”, y a la carretera, por la Rubia. Era más
fácil el auto-stop por Tordesillas que por Rioseco. Además en la villa de doña
Juana, teníamos un amigo, José Luis Bedoya, que creo, ya por entonces, andaba
detrás de Mari Chari, la entonces preciosa hija de don Manolo, en el del banco.
Por aquel entonces, a unos
muchachos con mochilas y pintas de buena gente, les paraban los de camiones y
coches, pero en Tordesillas se nos dio mal el auto-stop. Como el día pasaba y
aún quedábamos dos, Bedoya, entonces mucho más delgado, nos trajo en su Vespa.
Llegamos a Villalpando,
sanos y salvos, seis noches fuera de casa, un jueves 13 de agosto. Aquel año
cayó San Roque, el dieciséis, en domingo, por lo tanto, Nuestra Señora en sábado;
el lunes otra vez todos a la era. Aquel verano fue muy lluvioso. Quedaron
gavillas por las tierras, sin atropar y sin acarrear. El catorce lo dedicamos al
aseo y al descanso. El quince, en el
encierro, acabé de romper las sandalias de la montaña. Por la tarde bailé con
una rubita preciosa.
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