domingo, 15 de octubre de 2017
LOS CAÑOS.
Cuando ahora veo, la mayoría siguen siendo mujeres, ir a buscar el agua para beber en garrafas de plástico, inevitablemente he recordado cuando íbamos a por todo el agua al caño. Como ya vamos siendo pocos los que recordamos aquello, deseo contarlo para quienes no lo conocieron.
Las aguas subterráneas eran abundantes en toda la comarca, si bien, no tanto las llamadas artesianas, las que hoy diríamos potables. En la mayor parte de los corrales de las casas de labranza, a veces compartido para dos, o incluso para tres, había pozos. Solían ser de dos a tres metros de diámetro, y unos ocho de profundidad. Estaban empedrados, casi siempre con piedras del Raso o con areniscas de las Urnías.
Su agua la empleaban para los animales, no así para beber y lavar la ropa, porque era mala y "cortaba" el jabón. También los había públicos para la gente más pobre. Recuerdo con sus brocales correspondientes uno en Santa María, en el callejón de la torre, junto a los pretiles; en la plaza de las Angustías, al que se cayó, por la feria, la mula de un trillero; a la entrada del paseo, a la izquierda, muy poco profundo y con piedra de sillares; en la plazuela de Argüello; en la calle Limpia, en San Miguel, en la plaza de Santo Domingo.
Por referencias de los mayores, hasta que picaron los artesianos, el agua buena, la de beber era muy escasa. Habían de ir a buscarla a la fuente, cuyos restos aún quedan, junto al tejar de Baltero, al suoroeste del pueblo. También había otros pozos, en el otro extremo, llamados el "Pozo Bueno" y el "Pozo de la Bomba", por detrás del actual polideportivo, en cuyos brocales, el roce de las cuerdas al sacar el agua, había hecho canales. Para lavar la ropa sé que iban a la laguna de la Comendadora y al río, cuando la corriente fuera limpia. Se lavaba muy poca ropa.
Supongo que el agua de los pozos del pueblo era "mala" por la gran cantidad microorganismos en ella pululantes. Si estaban los muladares pegando a los pozos.
Esa situación cambió totalmente cuando hubo medios para picar los "pozos artesianos" que, por pinchar en capas freáticas más profundas, extraían agua de mayor calidad.
Éstos consistían, simplemente en ir hincando en el suelo una tubería de hierro hasta los quince o veinte metros. Montaban una cabria sobre la que se sustentaba un barreno manual. Iban haciendo hueco y metiendo tubos de tres pulgadas, roscados cada tres metros, hasta llegar a la vena, desde la que empezaba a fluir el agua por la boca del tubo.
La Gestora de Izquierdas, en sesión extraordinaria celebrada el 20 de marzo de 1936, "encargó de picar un nuevo pozo artesiano en San Pedro al pocero Damián González por un presupuesto de 4.415'30 pts., descontando la tubería propiedad del Ayuntamiento". Cantidad, en aquellos tiempos, muy considerable.
Alrededor de la parte emergente del tubo construyeron una base de cemento y, sobre ella, y el tubo colocaron una sirenita, de la que partían tres chorros de agua. Bajo los cuales poníamos cántaros y calderos para llevar el agua a casa.
Aquel caudal era constante, de día y de noche. Anexo al círculo base, que tenía un reborde, construyeron un pilón, para que abrevaran los ganados, (de chaval yo era el encargado de llevar las dos mulas de casa y la yegüa "a dar agua" al caño de San Pedro) siempre lleno y que vertía a la cava.
Aquello, salvo el trozo empedrado de junto al caño, era un barrizal impresionante.
Además del caño de San Pedro, el más concurrido, existía el caño de Santa María, en el camino del cementerio, donde después estuvo la báscula y del que creo queda algún resto, y el de San Miguel. Todos con pilón.
El agua del caño de San Pedro sabía a hierro, por lo que deduzco que era ferruginosa. Salía a más de 20º , en el invierno se le veía humear y se agradecía su calorcillo en las manos. En aquella heladas fuertes el pilón de San Pedro era el último en helarse.
El agua de los caños de Santa María y San Miguel era mucho más fresca y rica.
Se pueden imaginar, sobre todo por las mañanas y los lunes, día de lavaza normalmente, lo concurridos que estaban los caños. Las más pobres, o que vivían más cerca, cargaban con el cántaro al cadril y el caldero de la mano, aunque hubieran de echar varios viajes, hasta llenar el barreñón, la tinaja, el pote de la lumbre...; las de algunas casas que no tuvieran burro y sí cierto poder económico, utilizaban un carretillo de madera, rueda de hierro y dos o tres oquedades para sus respectivos cántaros.
Cuando yo estaba en casa de Cossio recuerdo con qué garbo, por las "cuatro calles" llevaba Pepita "la de Torti" su carretillo aguador.
En las casas medianas, o grandes, donde había burro, éste era el encargado del transporte. Sobre la albarda se le colocaban los cuévanos de mimbre con dos cántaros de cada lado. En el medio iba montada la aguadora. Incluso detrás podía ir montado un muchacho. Así lo hice muchas veces llevando el agua a casa de mi abuela Ana, desde el caño de santa María, acompañando a Margarita, "la muda", que no lo era tal, sino "lengua de trapo".
Cuando a finales de los cuarenta comenzó la fiebre del cultivo de remolacha, se empezaron a picar pozos y pozas por todo lo "fuerte".
Se llamaba poza a los pozos de menor profundidad, como los de toda la vida en las huertas, de las que se extraía el agua, primero con cigüeñales, después con norias, más tarde con motores. Con una de éstas se podía regar como medía hectárea de remolacha, máximo.
En las tierras más grandes, de los ricos, picaban pozos. Eran de igual o mayor diámetro, los pozancones, pero mucho más hondos. Además en el fondo el metían un tubo artesiano. Con estos se regaban dos, incluso tres hectáreas. Para ello, por Canillas, se tendieron, sobre postes de madera, cables eléctricos, para los "motores" de riego. Se regaba por pie.
Esa primera explotación de los acuíferos mermó el agua de los caños. Dejó de fluir por si sola, y empezamos a tener problemas de abastecimientos. Mi tía Lola, por ej., iba a lavar y a por agua al pozo de la finca de Ramoninche, que le pillaba relativamente cerca de casa, por la carretera de Madrid.
No olvidaré el día que regresé a casa en junio de 1961, tras mis dos únicos meses de presencia en la Escuela Normal de Magisterio en Zamora. ¡ya había un grifo en la pila del fregadero de la cocina, con desagüe al corral..! ¡Agua abundante en casa!
Ya no tenía que ir al caño, o comprarle el agua a Jesusín el "Huevero" o a "Pisabarros".
Aunque lo de transportar el agua a casa era labor de mujeres, mozas en su mayoría, muchas de ellas criadas y estaba muy mal visto que los varones fuéramos al caño, hasta le podían a uno tachar de marica, servidor asumía ese riesgo. No iba a consentir que fuera mi tía.
Ahora me marcho a llenar garrafas al pozo de los "Pinos de Quesada" y traer, de paso unos fréjoles. ¡Quién nos lo iba a decir!
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1 comentario:
El pocero Damían González, natural de Villafáfila, era el padre de una numerosa familia que, por aquellos años, estaba procreando de la que era su hijo mayor Ismael, el de la Granja, abuelo por tanto de Raquel, Amadeo e Ismaelito.
Este hombre murió en un accidente de tráfico sobre el 26 de septiembre de 1952, que, siendo niño, tuve la desgracia de presenciar: era un jueves, e iba en moto (creo una Montesa) a Benavente. Llevaba detrás a Máximo, hermano de Carlos el de "los ajos", marido de Goyica. Dejó dos niñas de nueve y siete años, o por ahí.
Por aquel entonces no existían señales de tráfico, ni siquiera la de STOP. Irrumpieron desde la carretera de Rioseco, a la general, ambas entonces estrechas, sin "hacer el stop". Apenas había tráfico, pero venía un camión pescadero, "Leylan", y chocaron frontalmente contra él. Vi volando la moto y los dos cuerpos, que fueron a estrellarse contra unas máquinas segadoras que había delante del taller de los Carbajos, en la esquina de la carretera con el camino de Canillas. Creo recordar que tampoco llevaban casco.
Máximo quedó en el acto y Damían con algo de vida. Pacucho (había llegado licenciado de la mili el día antes) y yo corrimos a buscar a don Cayo para que les pusiera la Extremaunción. Me parece que yo, aterrado, me fui para casa. Pacucho volvió a correr. Llegó a tiempo de meter a Damían en el coche del pariente argentino, en el que íbamos y al que la moto había adelantado un instante antes, para llevarlo a Benavente. Falleció en el camino.
Ya sé que es una historia triste, pero sirve para recordar a estos dos hombres de los que viven parte de sus hijos.
La sirenita del caño de San Pedro es la que actualmente se encuentra en lax fuente del "Parque".
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