Ayer había de escribir el artículo mensual para "La Mar de Campos". No era cosa de hablar de Cataluña, de lo que tenemos hartazgo; no iba a hablar de la sequía, que bastante nos preocupa, y no lo podemos poner remedio; de la situación del pueblo, ¡buena gana!: cuando pasen los meses teniendo que ir "al caño", a lo mejor alguien reacciona. Por lo tanto tiré de archivo neuronal, para recordar al buen amigo Boni "el Pedrín", y contar una de sus historias, de estas que sé le gustan a mis buenas gentes.
Ahora, para que incluso la lean con más gusto cuando aparezca en papel, en la revista, la traslado aquí. ¡Que la disfruten!
DE
CUANDO PASABA FRANCO.
Boni “el
Pedrín” era un labradorcico rapuchero. Labraba con un par de mulicas, que no
daban la cuerda, dos quiñones a cada hoja en el “Monte de las Pajas”, unas
cuantas viesas en el Raso, contra la raya de San Pedro, y dos cachos
garbanceros abajo. También traía a medias unas veinte yeras de Federico el
panadero, con la condición de que su hijo le
viniera de purridor en el acarreo.
Todo el
bálago de tan lejos, por lo menos desde la casilla de “los Campos”, a donde
iban a parar los caminos de arriba, que estaba a cinco kilómetros, se traía a
las eras por la carretera de Madrid.
Todos
los años, hacia finales de julio, y a primero de septiembre, previo repique del
tambor, iba, por las esquinas, Miguel el “pregonero” echando el bando:
“De
parte del señor alcalde, se hace saber que mañana, sobre las once horas, pasará
por nuestra villa su excelencia el generalísimo Franco. Por ello se manda a
todo el vecindario que salga a la carretera para vitorear su paso. Igualmente
queda prohibido el tránsito por dicha carretera general Madrid-La Coruña, a
cualquier clase de automóvil, carruaje, caballería, ciclista o peatón, desde las
dos horas anteriores, hasta después de su paso”.
¡Bueno!:
pues ese día ya sabían los labradores del Raso que habrían de andar listos para
echar el segundo carro, antes de las nueve.
Y así,
con esa prisa, anduvieron Boni “el
Pedrín” y Angelito “el panadero”. Como les había sobrado un poco de bálago de
la trilla del día anterior, se dijeron: mañana echamos solo un viaje; aunque
vayamos lejos, a “Tremesao”, saliendo a las dos de la mañana, andaremos bien.
Con las
prisas, y como era de noche, no ataron bien la rede. Cargaron el carro con
buena barda y una morena más de la cuenta. Salía el sol cuando ya venían
por “Majalasllanas”, en esto que, en el
trasteo del camino, se desata la soga y tuvieron parto, se les caen las dos
bolsonas de los lados. ¡Qué avería! Hoy que pasa Franco, y nos toca volver a
purrir casi toda la carga.
La verdad
es que el paso del Caudillo nos divertía a los muchachos: todo el trayecto
desde el Pardo al Pazo de Meiras, era custodiado por un guardía civil cada
quinientos metros de la carretera. La comitiva era espectacular: primero los
motoristas con cascos, gafas como antiparras, chaquetones de cuero con cinto,
del que colgaba el pistolón, pantalones
ajustados y botas altas, cabalgando en aquellas que nos parecían enormes
“Sanglas”; luego ya no sé cuántos cochazos con banderines, cristales tintados
que no se sabía muy bien en el que iba
Franco, salvo que se molestara, si veía mucha gente, en mover un poco la manita…
Volvamos a nuestros acarreadores: al llegar a
la “Casilla”, se dicen: “parece que no se ven guardias ni movimiento todavía”.
Si tiramos por el camino de “Los Gallegos” nos lleva una hora más, y vamos ya andar mal pa hacer la trilla y
aparvarla en el día. ¡Venga!: vamos por la carretera y que sea lo que Dios
quiera”.
Venían
andando procurando sacar del paso a las mulicas. El mastín del panadero al
lado. Subían la cuesta “Carrancha” cuando llega el terrible motorista:
-¡Alto!
-¡Sooo!,
dicen ellos. Sujetan a la mula delantera que se espanta de la moto.
-¡No
saben ustedes que está prohibido andar por la carretera!
-¡Perdone
usted señor motorista! Es que se nos soltó la rede y queríamos terminar hoy la
trilla…
Al mastín no le estaba gustando nada la escena y
empezó a emitir un gruñido amenazador, enseñando los dientes. Viéndolo el
motorista tiró de pistolón y le pegó un tiro. El mastín cayó patas arriba,
muerto en acto de servicio.
-Pues si
no queréis que haga lo mismo con vosotros, ya podéis salir de la carretera y
tirar por ese camino.
-¡Perdone
usted señor motorista!, que ya vamos.
Pues
miren: a quienes vivimos aquello, ahora lo de Cataluña (la verdad es que la
cosa está entretenida) nos parece un broma. Otra cosa es la sequía. Esto sí que
ya empieza a ponerse serio. Y lo del arsénico, ¡na!. Eso lo resuelve en un pis pas el estadista.
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