DE CUANDO COMIMOS EL TOSTÓN.
Ahora,
cuando los niños son tan escasos y protegidos, es conveniente recordar picias
de los niños de la posguerra, la mayoría penosas. También las había simpáticas,
como la que voy a narrar, que puede haya contado, pero conviene recordarla.
Por lo
secos que estaban cardos y yerbajos, debió ser un domingo de otoño, antes de las
lluvias. El autor intelectual de la aventura fue José-Mari Garea Sánchez, a
quien, el señor Narciso el carnicero, llamaba: ¡Oh hacha!, y así lo conocimos
hasta que marchó a los frailes.
El
realizador fue Alfredo Tomás Argüello, “Macuto”, segundo hijo del famoso
quesero Ramiro Tomás, y de Pepita Argüello, “la Roja”, nieto, por tanto del
citado carnicero, por lo que tenía conocimientos de destazar cerdos.
De los
asadores convidados sólo recuerdo, con certeza a dos: mi primo Antonio Modroño
Herrero (creo hoy cumple años) y servidor. Había más. Andaría por allí Eudoxio “Morito”, mi primo Taquín "China", quienes no se perdían una. Como la pandilla era de los de la plaza y cercanías, es posible
estuviera “Pepito” el del Registrador (José Álvarez Junco, ¡qué categoría!), y
alguno más.
Se aproximaba la hora de la merienda, y no estábamos seguro de que hubiera sobrado un cacho de tocino del cocido diario pa untar con el pan, o la pastilla de chocolate.
Va o
nos dice Ohacha: - ¡Chachos!, Que a mi
abuelo Vicente se le ha muerto un marranico de los que ha parido la marrana-.
Su abuelo materno era el señor
Vicente Sánchez, el herrero, casa en Plaza de Santo Domingo, fragua a la
vuelta, al principio de la calle Condado, de la que se pasaba a un cacho corral
con pocilga, en el que tiraba el estiércol y las escorias encima. Para los
mayores no es necesario recordar que el Sr. Vicente fue el padre de Elías, emigrante; Vicente, también herrero en San Nicolás; Ovidio, el del banco y “Chencho”, el
menor, quien heredó la fragua de su padre. Tenía dos hijas: una Luisa, la madre
del autor, y creo recordar otra, que emigró a las Vascongadas.
--Que lo ha tirao ahí detrás, en la bodega arroñada, detrás de la casa
del Sr. Cecilio, y estaba bien gordico.
Va y dice Macuto: -Pues si lo hubiera sangrao y llevau a la
carnicería, mi abuelo lo habría aprovechau; que el otro día le llevaron tres y
los vendió como tostones, y uno lo asó en la lumbre, en la parrila, con palos
de manojo, pa nosotros. Nos comimos hasta las carrapatas.
Ya no sé de quien surgió la idea
del reciclado. Sí que yo, el más grandico de tamaño (creo andábamos por los
seis o siete años) dije: -Pues vamos a
verlo.
Allí, al principio del cañón de
la bodega arroñada, a la sombra, puede que por eso no tuviera moscas, estaba el
marranico.
“Macuto”, intrépido y conocer del
oficio, dijo: Que yo sé chamuscar, quitar
las tripas y deshacerlo”.
Voy
resumiendo; primera dificultad: con qué prender la hoguera. Habíamos apañado
por aquellas “reñales”, hierba de ojo seca y tobas.
Escotamos, perra gorda cada uno,
para comprar, an’cá Lucila, la caja de cerillas. A favor del aire, y haciendo
“obrigada” con las manos, prendimos un puñico de la hierba más seca, y la
hoguera.
Segunda dificultado: instrumental,
herramientas. Por allí mismo, al final del camino que va to la orilla del
corral del Sr. Cecilio, contra la tapia, encontramos. Era donde, el Sr. Emilio,
hojalatero en calle Amargura (abuelo, entre otras de Mª Jesús, esposa de
Maximiano de la Puente) tiraba recortes de hojalata, que le sobraban en la
fabricación de faroles, candiles, herradones… Otro reciclaje más: cachos de
hojalata y varillas, transformados en cuchillos infantiles.
El chamuscado tuvo poca
dificultad. Después Alfredo, con destreza, sacó las tripas y resto de vísceras, que
decidimos no aprovechar.
El conflicto surgió en el
reparto de la canal. Sí recuerdo “me tocó” un jamón. Lo pinché en una varilla de las que
iban en las esquinas de los faroles, así cada uno su cacho, y los fuimos asando, a la brasa, de las tobas. ¡Cosa más rica!
Mi primo Antonio, dos años más pequeño que yo, en casa de abuela María, en donde su madre lo dejaba conmigo, siempre andábamos como el perro y el gato, porque era muy tufiñas, y yo le hacía rabiar, quedó muy descontento con el reparto. Amenazó con chivarse si no le dábamos una paletilla. Ni que fuera Puigdemont: -Ten una oreja y vas que ardes, le dije.
¡Qué cabreo agarro! Recuerdo que, después del banquete, regresamos a casa por la puerta trasera, desde los corralones; yo con intención de sacar
agua del pozo y lavarme manos y cara, que notaba grasienta; pero estaba nuestra
abuela allí, a la abrigada del rincón, haciendo ganchillo y espantando a los tordos de la
higuera, sentada en la piedra del Raso; un piedrón, cómo sería para hacer de
asiento, que el forzudo de su marido Goyo, ni los vascos, había echado al carro.
Enseguida reparó en mis
bochiqueras. Toñito como sólo había comido una oreja, apenas si se le notaba
algo de suciedad alrededor de los labios.
-Condenao, bandido, tragón,
¿qué has comido? Y ¿tú jijillas? (Por Toñito, que era muy delgadico y comisquín).
-Yo casi nada, que sólo me dieron una orejica pequeña, pero éste (por
mí) se ha comido un jamón con hueso y
todo.
-¿Un jamón..? preguntó mi abuela con incredulidad
-Si de
un marranico tirau. Contestó el tufiñas. Quien continuó narrando pormenores
y autoría de los hechos, cantando más que Aldama.
Mi abuela llamó a mis tíos, Petra
y David, jóvenes entonces, quienes se pusieron en movimiento. Avisaron a don
Tomás, y a los padres o abuelos de los otros niños. Los trajeron a la
aguardientería. Nos iba echando en el banco de la siesta, nos bajaba los pantalones, nos tocaba la barriga
y olía nuestro aliento.
-¿Quién fue el asador?. Inquirió don Tomás con esa mirada clara que
taladraba.
-Cada uno asaba lo suyo. Le respondí.
-Pues os pueden contratar de asadores en el Palas. Dirigiéndose a
los padres presentes. -Lo están
digiriendo bien. El fuego purífica, más si es de tobas, dijo con sorna, pero, por si acaso, y pa que escarmienten, les
vais a dar tres cucharillas de aceite de ricino a cada uno.
El tufiñas protestaba: -¡Que yo sólo comí una orejica!
Le hicieron tomar una cucharadita
sólo. ¿Qué más dio? Igual que los demás hubo de usar el orinal de prisa y
corriendo. A los otros apenas si les dio tiempo a llegar a sus casas.
¡ Ahora me voy a preocupar por comer un yogour dos días caducado!
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