lunes, 27 de enero de 2025

CREO CONVIENE DARLE AL BLOG UN POCO GRACIA.

 

 

 

 

                                   DE CUANDO COMIMOS EL TOSTÓN.

                Ahora, cuando los niños son tan escasos y protegidos, es conveniente recordar picias de los niños de la posguerra, la mayoría penosas. También las había simpáticas, como la que voy a narrar, que puede haya contado, pero conviene recordarla.

                Por lo secos que estaban cardos y yerbajos, debió ser un domingo de otoño, antes de las lluvias. El autor intelectual de la aventura fue José-Mari Garea Sánchez, a quien, el señor Narciso el carnicero, llamaba: ¡Oh hacha!, y así lo conocimos hasta que marchó a los frailes.

                El realizador fue Alfredo Tomás Argüello, “Macuto”, segundo hijo del famoso quesero Ramiro Tomás, y de Pepita Argüello, “la Roja”, nieto, por tanto del citado carnicero, por lo que tenía conocimientos de destazar cerdos.

                De los asadores convidados sólo recuerdo, con certeza a dos: mi primo Antonio Modroño Herrero (creo hoy cumple años) y servidor. Había más. Andaría por allí Eudoxio “Morito”, mi primo  Taquín "China", quienes no se perdían una. Como la pandilla era de los de la plaza y cercanías, es posible estuviera “Pepito” el del Registrador (José Álvarez Junco, ¡qué categoría!), y alguno más.

                Se aproximaba la hora de la merienda, y no estábamos seguro de que hubiera sobrado un cacho de tocino del cocido diario pa untar con el pan, o la pastilla de chocolate.

                Va o nos dice Ohacha: - ¡Chachos!, Que a mi abuelo Vicente se le ha muerto un marranico de los que ha parido la marrana-.

 Su abuelo materno era el señor Vicente Sánchez, el herrero, casa en Plaza de Santo Domingo, fragua a la vuelta, al principio de la calle Condado, de la que se pasaba a un cacho corral con pocilga, en el que tiraba el estiércol y las escorias encima. Para los mayores no es necesario recordar que el Sr. Vicente fue el padre de Elías, emigrante; Vicente, también herrero en San Nicolás; Ovidio, el del banco y “Chencho”, el menor, quien heredó la fragua de su padre. Tenía dos hijas: una Luisa, la madre del autor, y  creo recordar otra, que emigró a las Vascongadas. 

--Que lo ha tirao ahí detrás, en la bodega arroñada, detrás de la casa del Sr. Cecilio, y estaba bien gordico.

Va y dice Macuto: -Pues si lo hubiera sangrao y llevau a la carnicería, mi abuelo lo  habría aprovechau; que el otro día le llevaron tres y los vendió como tostones, y uno lo asó en la lumbre, en la parrila, con palos de manojo, pa nosotros. Nos comimos hasta las carrapatas.

Ya no sé de quien surgió la idea del reciclado. Sí que yo, el más grandico de tamaño (creo andábamos por los seis o siete años) dije: -Pues vamos a verlo.

Allí, al principio del cañón de la bodega arroñada, a la sombra, puede que por eso no tuviera moscas, estaba el marranico.

“Macuto”, intrépido y conocer del oficio, dijo: Que yo sé chamuscar, quitar las tripas y deshacerlo”.

                Voy resumiendo; primera dificultad: con qué prender la hoguera. Habíamos apañado por aquellas “reñales”, hierba de ojo seca y tobas.

Escotamos, perra gorda cada uno, para comprar, an’cá Lucila, la caja de cerillas. A favor del aire, y haciendo “obrigada” con las manos, prendimos un puñico de la hierba más seca, y la hoguera.

Segunda dificultado: instrumental, herramientas. Por allí mismo, al final del camino que va to la orilla del corral del Sr. Cecilio, contra la tapia, encontramos.  Era donde, el Sr. Emilio, hojalatero en calle Amargura (abuelo, entre otras de Mª Jesús, esposa de Maximiano de la Puente) tiraba recortes de hojalata, que le sobraban en la fabricación de faroles, candiles, herradones… Otro reciclaje más: cachos de hojalata y varillas, transformados en cuchillos infantiles.

El chamuscado tuvo poca dificultad. Después Alfredo, con destreza, sacó las tripas y resto de vísceras, que decidimos no aprovechar.

El conflicto surgió en el reparto de la canal. Sí recuerdo “me tocó” un jamón. Lo pinché en una varilla de las que iban en las esquinas de los faroles, así cada uno su cacho, y los fuimos asando, a la brasa, de las tobas. ¡Cosa más rica!

Mi primo Antonio, dos años más pequeño que yo,  en casa de abuela María, en donde su madre lo dejaba conmigo,  siempre  andábamos como el perro y el gato, porque era muy tufiñas, y yo le hacía rabiar, quedó muy descontento con el reparto. Amenazó con chivarse si no le dábamos una paletilla. Ni que fuera Puigdemont: -Ten una oreja y vas que ardes, le dije.

¡Qué cabreo agarro! Recuerdo que, después del banquete, regresamos a casa por la puerta trasera, desde los corralones;  yo con intención de sacar agua del pozo y lavarme manos y cara, que notaba grasienta; pero estaba nuestra abuela allí, a la abrigada del rincón, haciendo ganchillo y espantando a los tordos de la higuera, sentada en la piedra del Raso; un piedrón, cómo sería para hacer de asiento, que el forzudo de su marido Goyo, ni los vascos,  había echado al carro.

Enseguida reparó en mis bochiqueras. Toñito como sólo había comido una oreja, apenas si se le notaba algo de suciedad alrededor de los labios.

-Condenao, bandido, tragón, ¿qué has comido? Y ¿tú jijillas?  (Por  Toñito, que era muy delgadico y comisquín).

-Yo casi nada, que sólo me dieron una orejica pequeña, pero éste (por mí) se ha comido un jamón con hueso y todo.

-¿Un jamón..? preguntó mi abuela con incredulidad

 -Si de un marranico tirau. Contestó el tufiñas. Quien continuó narrando pormenores y autoría de los hechos, cantando más que Aldama.

Mi abuela llamó a mis tíos, Petra y David, jóvenes entonces, quienes se pusieron en movimiento. Avisaron a don Tomás, y a los padres o abuelos de los otros niños. Los trajeron a la aguardientería. Nos iba echando en el banco de la siesta, nos  bajaba los pantalones, nos tocaba la barriga y olía nuestro aliento.

-¿Quién fue el asador?. Inquirió don Tomás con esa mirada clara que taladraba.

-Cada uno asaba lo suyo. Le respondí.

-Pues os pueden contratar de asadores en el Palas. Dirigiéndose a los padres presentes. -Lo están digiriendo bien. El fuego purífica, más si es de tobas, dijo con sorna, pero, por si acaso, y pa que escarmienten, les vais a dar tres cucharillas de aceite de ricino a cada uno.

El tufiñas protestaba: -¡Que yo sólo comí una orejica!

Le hicieron tomar una cucharadita sólo. ¿Qué más dio? Igual que los demás hubo de usar el orinal de prisa y corriendo. A los otros apenas si les dio tiempo a llegar a sus casas.

¡ Ahora me voy a preocupar por comer un yogour dos días caducado!

 

 

               

 

 

                                               


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