sábado, 26 de diciembre de 2020

EL FUEGO DEL HOGAR.

 

Apagada.

Encendida


Uno de los tapices que trajo mi tío Agapito de Larache, cuando hizo la mili, en el año "treinta y tres".  A su lado Gracia en su brillante licenciatura en farmacia.


Una de las vistas desde el salón.


Parte de la mesa y sillas en que cenamos y comimos.

Uno de los rincones de fotos: Nacho de bebé, David, placa de un premio y Álvaro. Abajo Sara Belén y Ángel, el día de su boda.


Otra vista desde el ventanal del salón



Los sillones de pitiminí, y más fotos al fondo.



      El sofá heredero del otro, donde Belenita, arrullada por la chimenea, durmiendo descansaba de sus fatigas estudiantiles.

 
            Licenciada "cum laude" en Medicina por la Universidad de Salamanca.

                                                                 ---------------------

      El día 22 por la tarde noche, llegó Gracia con sus hijos. Es un eficaz torbellino. A la mañana siguiente veo que está "volviendo para atrás" el salón de los recuerdos: arriba persianas, fuera algunos objetos almacenados, limpieza de la chimenea; la carga, llena el leñero; limpieza general..; y, hace ya años, lo veo lleno de hijos, de amigos, de canciones y guitarras, de alegría.  Tenemos fotos. Salgo para que no me vean llorar. Ese salón, esa chimenea los asocio con Sara Belén. Llegaban de sus estudios, o de sus trabajos, un año Belén desde Roma, curso Erasmus en la clínica Iemeli; llenaba el jardín de lucecitas, en la casa sonaban villancicos... ¡Aquellas Navidades llenas de canciones, en casa, en las misas de las monjas..! Y el fuego en la chimenea...

    En los últimos años, cuando nos reunimos todos, (sanroques, Navidades...) es en el salón de la casa del jardín. Tiene una mesa extensible, sacada del comedor chulo de la vieja casa de los Modroños. Además le añaden otra. Diecisiete algún año hemos llegado a juntarnos. Éste,  teníamos que repartirnos. Hasta este pueblo, desde tan lejos, ha llegado el bicho. Unos con niños en casa de Jesús, y otros, con "mayores" en la casa "vieja", que, tan cuidada, no lo es tanto.

    Reformamos en 1978 la casa de los aguardienteros en la calle Silera, añadiéndole un buen trozo, para tener dos viviendas; una para tía abajo, y otra para el matrimonio y los niños, arriba: dos cuartos de aseo, la cocina, la galería y el salón, con la chimenea.
 
     No, no era el salón de enseñar o de cuatro días al año, como ahora, si acaso, sino el de batalla, donde estaba al tele, donde hacía calorcito; apenas si había calefacción en el resto de la casa; un calentador eléctrico portatil en los aseos y un brasero eléctrico en la cocina, bajo la camilla en que los ocho comíamos. Tía siguió viviendo con nosotros. Después de comer, después de la escuela, a encender la chimenea, y todos al salón.

    Entones, en lugar de esa mesa de comedor pija que se ve en la foto, había una camilla con faldas y dos sillones; y un tresillo de mucha más batalla.

    La chimenea, es la de la foto, pero sin la "casette" empotrada. Esa tardó unos años en llegar. La del primer año era abierta, ya tipo francés, no como las lumbres, las hornaces de la casas de antes, tan humiferas (para curar la matanza)  y grandonas; dos talegas de estiércol, granzones y medio manojo o unas ramicas de encina, necesitaban para llenarse; aquello, en plan borrajo, duraba todo el día. Por la noche, para hacer la cena, algo frito, normalmente (huevos, tortilla, pescado) se hacía otra hoguerita, cogiendo, con las tenazas, un poco de borrajo y poniéndole encima nuevos palos de manojo (sarmiento, vides, de los majuelos) o unos palicos de encina con su hojarasca. Las sartenes tenían patas.

     A pesar de que a aquella chimenea del principio, le habíamos puesto un chapón de fondo, la mayoría del calor se escapaba por el humero. Recurrimos a un truco. Cuando ya la madera eran brasas, las sacábamos para el brasero puesto en la camilla de faldas. Les confieso una cosa: con buen brasero, buenas faldas (era todo lo que teníamos antes, y no todos), aunque se queden las orejas frías, yo aguanto.

    Al año siguiente colocamos, ya empotrado pero abierto por delante, un sistema de recuperación del calor, un aparato metálico que cubría el piso del hogar, con una entrada de aire desde el techo del piso inferior; la parte frontal, con doble pared, hasta por encima de la hornaz, del que partían gruesos tubos que atravesaban el humero, y vertían el aire caliente por una ventana ovoidal abierta en la pared frontal de la chimenea.

    Aquellos fue ya un gran adelanto. Había que  llenar bien el hogar de leña seca que diera mucha llama. El pino era la ideal, pero había que estar arrosiando cada poco. Al tiempo que echaba una bocanada de aire caliente, renovaba el de la habitación, pues ese lo había tomado del exterior, una dependencia de abajo. El problema es que cuando dejaba de haber llamas, aquello dejaba de soplar caliente. La tuvimos, al menos, dos temporadas. Ahora está en la caseta de Valdeconejo.

     Por fin, a la tercera o cuarta temporada, dimos con la solución definitiva: una como la que ven en la foto, una Hergon empotrable. A esa le metimos tanta caña, encendida a diario, doce o catorce años, que acabó por rajarse. La sustituimos por la actual que, como mucho, la encendemos alguna Navidad. El salón familiar, de batalla ha pasado a ser un salón pijo, cerrado y triste. En la cena de Nochebuena y la comida de ayer, volvió a lucir sus galas, a estar entrañable.

   ¡Claro!, sí, sí. La chimenea muy bonita, entrañable, confortable, y, el ¿alimentarla?. ¡Bueno!: la perfección técnica de éstas, suponen un enorme aprovechamiento del calor. Un ventilador, silencioso, se encarga de expeler aire caliente por hendiduras frontales; además la combustión es regulable cerrando o abriendo, más o menos, el tiro; aún así el leñero lleno lo ventilaba en tres días. El sistema anterior se jalaba uno entero. Mejor dicho. Todos los sábados hacía un montón grande de leña, ramaje seco de pino, en la galería. Todas las mañanas, antes de ir a la escuela (En Villanueva, Alija del Infantado y Villalpando) había de limpiarla, subir leña, cargarla de nuevo. Medía hora si me llevaba.

    El ser consecuente con mis principios me ha traído, sobre todo  últimamente, algunos inconvenientes. Uno de esos principios ha sido, es mi compromiso con el medio ambiente. Quién lo iba a decir, pero hace veinte, treinta años, más que ahora, quemar combustibles fósiles para calentarnos, me parecía un delito. Me negué a instalar calefacción con gasóleo. Y no me importaba, porque tenía fuerzas, apañar y preparar madera de todos los sitios. Empecé arrancando viejas cepas en Valdeconejo, (las de los majuelos de los Modroños, también arrancadas por mí con el Barreiros, y mi padre enganchando la cadena, se quemaron en los últimos años de la aguardientería), compré, para ello, por 120.000 pts las seis Has. del majuelo de los Oleas. Jesús, con doce años, conducía el tractor; yo ponía la cadena. Daban trabajo las cepas. Habían, primero que esmochar todas las viejas vides, el arranque y cargue. Ya era basculante el remolque. Preparaba unos buenos montones en el corral. Antes de que se secaran, troceaba los cepos con el hacha. Normalmente cortarlos al medio.

     Cuando se acabaron las cepas empecé a traer ramaje de los pinos del Raso; escogía lo más gordo, y más hacha en el corral. A veces Ramón el gallego, tan buen amigo, me daba troncos pelados, de cuando un fuego. Entonces fue cuando me animé a comprar una motosierra eléctrica. Me duro poco. Después una nueva de gasolina, pero pequeña. Valían muy caras. Por último tuve una usada, pero flamante, más grande. Con esa corté ni sé la cantidad de vigas y cuartones de madera de derribos. Ese fue el abundante combustible de los últimos años. Ahora Jesús, que tiene otras cuatro, de todos los tamaños, herramientas y taller para ponerlas a punto (llevan mucho mantenimiento, sobre todo el afilado de cadenas), se ha hecho dueño de mi vieja motosierra, que es buenona, pero ya no puedo con ella.
     
                             --------------------------------------------------------

      Aunque siento un poco de pudor, me permitan mostrar esa foto de la madre que, no muchos años después, en la cama de un hospital, la agarraba de la mano, pero ni aun así pudo retenerla, ni aún así Belenita, consiguió quedarse.



No hay comentarios: