EL TOQUE DE QUEDA.
¡Si seremos
modernos! Se está hablando de imponer el “Toque de Queda” en todas las
ciudades, cuando en este pueblo lleva tocando “La Queda”, desde tiempo
inmemorial; desde cuando la villa estaba completamente cercada por muralla de
tapial en el segundo perímetro, de ahí que solo perduren los restos en canto y
arena de la primera cerca, la que pasa por la plaza, cuando no era plaza.
Tocaba “La Queda” para avisar a quienes estuvieran fuera de la cerca de que se
iban a cerrar las puertas.
Lo malo es
que ahora, desde 1996, a la campana de la Queda, señera y libre, la encerraron
dentro del cajón, junto a las otras dos campanonas enormes de San Nicolás, cajón
en que han convertido al campanario de dicha torre; cajón solo abierto al lado
del Nordeste, por lo que esas campanas sólo se oyen en menos de la mitad del
pueblo.
Sobre el
tejado de la torre, en el lado de “abajo”, desde el que vienen las aguas, un
arco de ladrillo mudéjar, sustentaba a la singular campana. Se tocaba desde el
suelo con soga atada a su badajo, la cual pasando por una polea de madera en el
borde del tejado, caía sobre un callejón, al que se accedía por puerta desde la
calle Pasión.
“Rupidera
toca La Queda”, era estribillo que coreábamos los muchachos. Sus bronces se
desparramaban solemnes sobre el modesto caserio, sobre casonas y casuchas,
sobre cuadras, pajares, paneras, lagares, eras, tenadas, bodegas, muladares..; sobre sendas,
rastrojos, barbechos, sembrados, majuelos,.. y, según de donde viniera el aire, se podía oír
desde la Lomba a los Campos; desde el Ardero a los Barriales de la Encomienda.
Dos eran los
toques diarios, normales, pausados: uno a las doce del mediodía, o a la una cuando
se pasó a la hora oficial, adelantada una hora a la solar; cambio que Clara “la
Contreras” se negó a admitir. Su reloj despertador siguió rigiéndose por la
hora de Dios. Esas nueve campanadas de cuando el sol estaba en el cenit, eran
las del “Ángelus”. En las casas más piadosas se rezaba: “el ángel del señor visitó a María / y concibió por otra y gracias del
Espíritu Santo”, “Dios te salve María, llena eres de gracias…”. También a
quien pillara en la plaza, (muchas personas los domingos) si era hombre, había, al menos de quitarse la
gorra, pararse, callar si no quería rezar, y mirar para la imagen que había en
el Ayuntamiento.
Desde la
víspera del “Cristo de Villanueva”, 13 de septiembre, hasta el día de Santa
Cruz, 3 de mayo, “La Queda” tocaba a las diez de la noche cien campanadas, y tres más: una para el alcalde,
otra para su mujer y otra para el cura. Había quien contaba a ver si Rupi daba
las cien o alguna menos. En el horario de verano, a la inversa del anterior,
tocaba a las once.
“A recoger galanes, toca la Queda, si hay
alguno en tu casa, échalo fuera”. “Que la Queda te toque en casa”, le decían los padres a las mozas, por eso el
baile de los Mantecas, lleno por el mocerío del pueblo, se vaciaba de golpe un
poco antes de las diez en invierno.
Y, dentro de
los toques normales, se encontraba el de acompañar a las otras campanas de la
iglesia cuando tocaban la “primera”
en las novenas de San Roque y la Purísima, también cuando iban a soltar las vacas
en la fiesta citada.
Algunos
veranos, cuando las escaseces arreciaban, tocaba a las seis de la mañana, para
que antes de esa hora, en que salían los guardas, nadie saliera a “respigar”,
para que no mangasen espigas de las morenas; volvía a tocar a las doce, para
que las respigadoras volvieran al pueblo.
Lo malo es
cuando: -“toca La Queda, toca la Queda,
¿qué pasará?, cuando así lo hacía, a rebato, tocando más fuerte y seguido,
nos estremecía, a todos ponía en movimiento. El motivo más frecuente era por
algún chapitel que se prendía; incluso por casa que ardía.
Era después
de comer, un 14 de agosto de 1957. Toda la gente o en las eras o en la siesta.
Creo que en la plaza sólo estábamos Julián “Fanega”, tío de los actuales dueños
del bar “Ideal”, y servidor, muchacho pájaro de pueblo en la oficina de Cossio, por entonces. Vimos un humo negro por detrás de la casa del
entonces Secretario. Fuego, fuego, nos dimos cuenta enseguida. –Venga, vamos a tocar La Queda. Le dimos
una patadas a la puerta del callejón, nos agarramos a la soga y empezamos
a tirar con tanta fuerza y seguido, que la soga se arrancó. A
la torre se accedía por otro portón. Por vigas y escalones coronjosos, escalé hasta el tejado de la torre; desde allí, debajo de la campana, con el cacho soga que quedó atada al badajo,
me lié a tocar. Era una estampa solidaria ver cómo la gente abandonaba las
trillas; impresionante ver cómo ardía la casa de los “Periquitos”, en la calle
Condado, donde ahora está Clemen, la casa más grande del pueblo; todos los
pisos y cubiertas de buena madera de pino. Otro día les contaré como se logró
evitar que se quemaran las casas lindero. Les contaré la solidaridad de todo el
pueblo en todos estos casos de incendios o cualquier otro siniestro, cuando no
había ni agua corriente, ni bomberos, ni medios. En el caso dicho llegaron los
de Benavente, al atardecer, cuando ya teníamos, a calderos desde los pozos de
San Miguel y de Santo Domingo, formando cadenas humanas, controlado el fuego.
Pienso que a
esa campana deberíamos liberarla del encierro y volverla a colocar en lo más
alto de la torre. Con los medios de hoy día tampoco sería tan difícil.
Muy distinto
es el motivo del moderno toque de queda. Llevo muchos días comprobando en el pueblo el
incumplimiento de las normas para combatir la pandemia, y me he callado como
ven, en este blog.
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