DON MIGUEL DE
UNAMUNO Y JUGO (Bilbao, 29 de septiembre de 1.864-Salamanca 31 de diciembre de
1936).
Don Miguel,
junto con Larra. Jovellanos, Ganivet, Costa, Macías Picavea, Concha Espina, Rosalía
de Castro, Manuel Machado, Miguel Hernández, Delibes…, por citar los más
recientes, don Miguel digo, es uno de
mis referentes en lo humano y lo literario.
Esta semana
se ha estrenado en Salamanca la película de Alejandro Amenabar, “Mientras dure la guerra”, que no es
solamente su biografía, sino una lección de la historia de España en aquellos
turbulentos años. No sé dónde he leído que no va a gustar ni a “rojos”, ni a
“azules”; como diría don Miguel, ni a los “Hunos”, ni a los “Hotros”. Esa
prueba de objetividad me gusta. Coincide con lo por mí contando en la entrada
anterior.
La vida, el
compromiso, la actividad de Unamuno, están completamente incardinados en
nuestra historia reciente. Esa faceta de manifestarse, dar la cara, de influir;
ese compromiso social y humano es lo que ahora voy a intentar resaltar, dejando
a un lado su extensa, valiosa y conocida obra literaria; incluso su
existencialismo.
Siendo niño
llegó a conocer algún episodio de las guerras Carlistas; la restauración de
Alfonso XII; a medida que iba creciendo, la regencia de Mª Cristina, la pérdida
de Cuba, la coronación, con dieciséis años de Alfonso XIII; la Dictadura de
Primo de Rivera; la II República, la guerra “incivil”; la incultura, pobreza, desigualdades sociales,
la injusticia, en fin de aquella pobre, como dice Álvarez Junco, España, “Mater
Dolorosa”; situación social propiciatoria de tanto suceso trágico.
Pero él no
se conformó con lamentarse, como sus compañeros de la “Generación del noventa y
ocho”, sino que utilizó su talento, su pluma como bisturí, intentando frenar la
gangrena de aquel cuerpo enfermo.
Es 1914, a
causa de toda su crítica contra la Monarquía, Alfonso XIII consigue destituirlo
como Rector de la Universidad de Salamanca, pero a don Miguel no hay quien le
tape la boca.
13 de
Septiembre de 1923 en España, sin sangre, toma el poder un directorio militar,
encabezado por el General don Miguel Primo de Rivera. A pesar de que la UGT y
el PSOE, apoyan esta “dictadura” (como
botón de muestra les recomiendo lean en “La otra historia de la Villa”, la
intervención, en noviembre de ese año, del socialista ejemplar, Antonio García
Sacristán, en un pleno municipal, en la que invoca, como la nueva España al
Directorio Militar), Unamuno redobló sus ataques contra el General. Éste,
en 1924, lo destituye y destierra a la isla de Fuerteventura. Cuando a mi
esposa le cuento estas cosas, a propósito de mi pequeña lucha, se apiada y
siente compasión por Concha Lizárraga: -¿Cómo lo pasaría esa mujer?, dice, porque,
desposeído del sueldo, no sabemos cómo esa familia subsistiría.
Al cabo de
un poco de tiempo, “huye” a París. Ahí ya lo tenemos en Octubre de 1924. La
capital de Francia era un hervidero de jóvenes españoles revolucionarios,
principalmente anarquistas. Posiblemente algunos estuvieran ya allí trabajando,
si bien la mayoría, sobre todo los dirigentes, Durruti, Ascaso, García Oliver…
habían llegado huyendo del dictador. En París están también, Vicente Blasco Ibañez, Ortega y Gasset más
algunos otros intelectuales de menor rasgo.
El de “La
Catedral”, “Cañas y barro”, “La Barraca”, republicano activo, llevaba ya tiempo
conspirando y poniendo dinero de su bolsillo. Todos éstos, a través de mítines,
octavillas y panfletos calentaban las cabezas.
El paroxismo llegó en el mitin celebrado, el 31 de Octubre, en la Salle
de Sociètès Sevantes, abarrotada y con altavoces en la calle. Abrió el acto un
francés de izquierdas, Charles Richer, a continuación tomó la palabra Ortega y
Gasset, quien, aunque convincente, comedido; cuando, con su barbita blanca,
reluciente, sube la ascética figura del Rector de Salamanca y pronuncia un
discurso apasionado, en el que conjugando la ira con la ironía, lanzaba
invectivas contra el “Borbón”, faldero,
sus hijos hemofílico y mudo, el Primo de Rivera “putañero, el Martínez
Anido, cerril… aquello hervía.
De aquel
mitin, tan incendiario, al que asistieron siete villalpandinos, salió la
decisión de invadir España, porque las “noticias” que llegaban convencían sobre
que la situación en la “madre patria” estaba a punto de explotar. Sólo faltaba
que la invasión de un grupo de valientes, por Navarra y Cataluña, prendiera la
mecha de la revolución.
A la hora de
la verdad de entre los miles de entusiastas, quienes llegaron a Vera de Bidasoa
y a Cataluña, fueron sendos grupos de treinta o cuarenta individuos. En el
primero iban los siete de Villalpando; a Abundio Riaño, con 21 años, le costó
la vida; Ángel Fernández, Casiano Alonso, Gabriel Lobato, detenidos, juzgados y
encarcelados, cumplieron prisión en una cárcel de Pamplona.
Volvamos con
Unamuno: fenecida la dictadura, en 1930, regresa a Salamanca. Es recibo en olor
de multitudes. Se le repone en su cátedra. Se presenta por la Conjunción
Republicano Socialista (había
republicanos de izquierdas y de derechas) a las elecciones municipales del 12
de abril de 1931. Sale elegido. A los dos días es él, quien desde el balcón del
Ayuntamiento, proclama en Salamanca, la II República.
Por la misma
“Conjunción” , en julio de 1931, es elegido Diputado a Cortes. Ejerce su cargo
desde esa fecha hasta octubre de 1933, en que éstas se disuelven. No quiso
volver a presentarse. Empezaba su desencanto con aquella república, en la que
hubo veintiséis gobiernos, constante huelgas, peleas, inestabilidad, y por la
que tanto él había peleado, a pesar de ello, en 1935, el Gobierno
radical-cedista de Lerroux, le nombra ciudadano de honor de la república. De
sus críticas no se libró ni el que más tiempo fue Presidente, Manuel Azaña.
Aunque ahora
esto se quiera ocultar, hemos de saber que en los primeros momentos, en julio
del 36, don Miguel de Unamuno, apoyó a los sublevados; realizó un llamamiento a
los intelectuales europeos “para que
apoyen a los militares defensores de la civilización cristiana”. Él veía en
los rebeldes a unos regeneracionistas autoritarios. Destituidos todos los
ayuntamientos, democráticos, también el de Salamanca, él mantuvo, y le fue consentido,
el acta de concejal.
Bien poco le
duró la “alegría”, hasta que a los pocos días del alzamiento comenzaron las
detenciones y los asesinatos, en muchos casos de amigos y compañeros de
corporación y de cátedra. Le llegaban cientos de cartas para que intercediera
por prisioneros a los que iban a fusilar por sus ideas políticas.
A primeros
de octubre consigue que Franco le reciba, le visita para pedir clemencia para
muchos de sus amigos detenidos. Como el de aquí, ni malas palabras, ni buenos
hechos: ¡nada!
Con este
estado de ánimo, el 12 de octubre de 1936, acude al paraninfo de la Universidad
donde se va a celebrar el acto solemne del día de La Hispanidad. Él preside el
acto. Lleva en el bolso el sobre con la inútil carta de la esposa del pastor evangélico,
Atilano Coco; como se conocía, había decidido no hablar. Acorto este episodio
porque en estos días, a propósito de la película, está saliendo en todos los
medios. Comienzan los engolados, patrióticamente hueros discursos, arremetiendo
contra catalanes y vascos,… Fue tomando notas en el sobre de la carta dicha. Y
llegó el momento en que saltó.
Todo lo
demás es muy sabido: "el muera la inteligencia" y el "vencer no es convencer" en la bronca con Millán Astray; el capotazo de Pemán; la
protección de Carmen Polo; el llegar al café, como todos los días, al Novelty,
creo, y todos sus amigos del día antes le vuelven la espalda; la reclusión en
su domicilio con un soldado vigilando de día y de noche…
(continuará)
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