miércoles, 29 de enero de 2020

INTENTADO CORREGIR FALSAS LEYENDAS RURALES.




               
Por este pueblo circulan unas cuantas totalmente falsas, y que, además, no resisten u mínimo de análisis histórico.
La de que Villalpando tuvo DIEZ MIL HABITANTES, anteayer una señora ya me lo rebajó, dijo que 9.000. Si realizáramos una encuesta seguro que de CINCO MIL nadie lo iba a bajar. ¡Por favor!: se informen un poco, que están Madoz, don Luis Calvo y, más recientemente, el Instituto Nacional de Estadística.
El argumento a que se aferran los recalcitrantes es el de las diez parroquias y no sé cuántas ermitas. Don Luis Calvo, pag. 315, enumera las almas de cada Parroqui en el año 1897. Sumadas, le salen 3.075.
Al final de la página anterior dice que “con motivo de tanta mortalidad provocada por la triple epidemia de cólera y por el absentismo (emigración) general de los vecinos de este pueblo, y con ocasión del año l868, conocido como el malo, a causa de no haber llovido, decreció el vecindario de este pueblo, llegando solamente a contar con 2.400 almas. 1846 vino la Guardia Civil a Villalpando” .  Podríamos celebrar en el próximo el 175 aniversario.
O sea:  de 1868 a 1897, en 29 años, aumentó la población 675 h. a un ritmo de 23 habitantes por año. Puede ocurrir que  regresaran algunos de los desterrados por la hambruna de aquel año malo, pero sobre todo tal aumento fue consecuencia de la altísima natalidad que llegaba al cuarenta por mil.
Ese fue el tope de habitantes de la villa. En el pueblo no cabían más ni el campo daba trabajo y alimento para más. Ese constante saldo demográfico positivo causaba que quienes tenían fuerzas para ello, salieran buscando trabajo dentro o fuera de España.
Les suelo decir: ¿dónde se iban a meter diez mil habitantes? El casco urbano del pueblo estaba bien delimitado: Cercas de San Pedro, Santiago, Santa María, Ctª de Rioseco y calle Olleros. Fuera de éste, ni una casa. Las de Ctª Madrid son de a partir del siglo XVIII. Y dentro de ese casco estaban las diez iglesias, los dos conventos, el de Santo Domingo con su huerta, todo lo que es manzana de las antiguas escuelas, más algún herrenal dentro de ese recinto y “las casas grandes”. ¿Dónde pues se metía tanta gente? Pues los jornaleros, que eran como la mitad de la población, en aquellas  mínimas  casuchas  inmundas, “más propias de animales que de personas, según Álvarez Buylla; de las que, si bien cerradas, Calle Progreso, etc., algún resto queda.
¡A ver hombre!: los poderosos medievales construían iglesias, por su gran religiosidad, para ser en ellas enterrados  y, sobre todo, porque a cada iglesia-parroquia adscribían a los vecinos de las casas próximas con la obligación de PAGAR los diezmos. Cuando en el siglo XIX fueron suprimidos éstos y desposeída la iglesia de sus grandes posesiones de tierras (que cayeron en peores manos), fue imposible mantener en pie tanta iglesia construida con pobres materiales. Si pegan unas con otras. Sólo si en el viejo casco de Villalpando hubieran existido rascacielos, como las “Torres Gemelas” ,saldría gente para llenar tanta iglesia.




Otro bulo más reciente es la motivación del crimen del pobre “Kilómetro”, teodosio Aínse:
“Que aquel guardia lo mató, porque Eustasio, como enterrador, vio que el susodicho “civil”, le robó una importante cantidad de dinero del bolso a uno de los cadáveres, víctimas de accidente de tráfico, depositados en el cuarto correspondiente del Cementerio Municipal”.
No quiero entrar en pormenores del crimen. Está contado muchas páginas atrás. Yo presencié cómo nació ese bulo: el guardia anduvo buscando a “Kilómetro”, lo siguió hasta el “Excomulgado”, lo llevó a punta de pistola a las bodegas próximas de la Fuente. Allí lo pegó dos tiros…, y lo dejó tirado.
Nadie supo nada hasta la hora de comer, cuando el autor lo declara a su mujer, y se prepara el lío en el viejo Cuartel, donde después estuvo la Cruz Roja. Los primeros en saber que Teodosio había apareció muerto en las bodegas, fuimos al lugar, y ya los guardias civiles no nos dejaban pasar, pero no respondían a nuestras preguntas de qué le ha pasado.
Ya por la tarde, aquel 8 de julio de 1974, muchos vecinos nos fuimos concentrando en la Ctª de Madrid, frente al silo. Como a media tarde corrió el rumor, luego certeza, de que lo había matado un guardia civil, y estaban esperando a que llegara un juez a levantar el cadáver.
En esa espera angustiosa a uno, no voy a decir quién, que le tenía muy poca simpatía a la benemérita, se le ocurrió decir: ¿Qué te apuestas que lo “han” matado para taparle la boca. Seguro que ha mangao la cartera del que murió el otro día en el accidente frente al Mesón de Vencejo”. Así de esa suposición nació el bulo.
Primero: de haberle faltado al accidentado una importante cantidad de dinero, la familia lo habría denunciado.
Segundo: Lo de intentar tapar un robo con un crimen, no tiene un pase. Habían transcurrido ya unos días del accidente. “Kilómetro” habría ya tenido tiempo de denunciarlo. 
¿Cuál pudo ser el móvil del crimen? Según mi información los injustificados celos. Este guardia no era un malvado, al estilo del “Chicle”, el antiguo “Quintas” o Igor “el Ruso”,  o de tantos otros, los que carentes del más mínimo sentimiento humanitario, matan por placer. Este hombre padecía un desequilibrio, cierta sicopatía, y en un calentón se cargó al pobre Teodosio, de lo que bien pronto estuvo arrepentido.
No, no lo justifico, ni mucho menos. Aquel día, a última hora de la tarde, al pedir ayuda la guardia para cargarlo en el camión de Bienve, que pasaba por la carretera, a pelo, sin caja y sin nada, para llevarlo al depósito, protesté, (¡qué lo carguen ellos! repetí) di mucho la cara.
 Sé que el guardia algún tiempo estuvo en prisión que lo apartaron del cuerpo, que la causa se puede pedir al Archivo Histórico Militar de la Coruña.
Este blog, el escribir, hace años en La Opinión,  mis actuaciones cívicas, no sólo me han granjeado  disgustos y alguna enemistad, sino muchas más recompensas y satisfacciones morales. Una, y no de las menores, la relación con quien fuera Teniente Coronel Jefe de la Guardia Civil en la provincia de Zamora, Antonio Rodríguez-Medel Nieto.  No por mis méritos, sino por los suyos, el ser un caballero, humano, cordial, de esos que, abriéndose a los ciudadanos, honran al cuerpo, pude mantener más de una larga conversación con el mismo, en su despacho y por teléfono.  Así supe cómo, con  qué consternación se vivió ese suceso en la Comandancia de la Guardia Civil de Zamora, de la que, por aquel entonces, su padre era Jefe y él un niño de diez años.  Y fue su padre quien aquella noche en la plaza de Villalpando, nos prometió que se haría justicia y calmó los ánimos.
Alguna información del proceso, que me callo por respeto al mismo, me contó. La misma avala la certeza que no hubo robo por parte de aquel Guardia Civil, ni encubrimiento por parte del compañero que le acompañaba en la pareja, ni de nadie más.
El señor Rodríguez-Medel Nieto, ascendido, dejó la Comandancia y muchos amigos en Zamora hace ya casi tres años, por eso me atrevo a contar esto ahora, como elogio a un digno representante de la benemérita, llena, en general, de buena gente, aunque como en todo colectivo, más si es numeroso, surja algún que otro garbanzo negro, como el de “la manada”.
Teodosio Aínse tuvo la mala suerte de topar con un desequilibrado, quien muchos signos de tal cosa no había dado, puede que celoso, (sin motivo por parte de la víctima), pero no ladrón.




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