miércoles, 27 de agosto de 2025

CUENTO BASADOS EN HECHOS REALES.

 





            POBRE PRISTILO

 

         Desde hace muchos años vengo utilizando mi pluma cual lanza de caballero andante, intentando desfacer entuertos: corrupción, sectarismo,  ignorancia, estupidez, hipocresía…, dentro del pequeño ámbito de la Mar, del blog y de mis libros.

         Aunque los aspazos fueron brutales, viendo como, no obstante, iba alanceando gigantillos, seguía cabalgando. Y liquidé a los del pando.

         Pero ahora, ya antes del agosto, cuando criticaba a Sánchez, sale lo de Montoro…, y en el agosto las llamas y el genocidio de Gaza, que se recrudece, ocupan mi capacidad de protesta. ¿Qué puedo decir que no se repita en todos los medios? Aunque no me debo atribuir aquello de Larra, “en España escribir es llorar”, si que les digo observo alguna mala cara según a quien critique.

         Buena gana de molestar a rojos desteñidos y a azules desvaídos. Buena gana de intentar, con mi concha, vaciar el océano de la maldad humana. Pero, siempre henchida de tinta mi pluma, como teta de recién parida, la ordeño recurriendo a un recurso infalible: el humor. Por eso les cuento caroca acontecida en mi infancia, lo ocurrido al pobre Pristilo.

         Su padre, el tío Morgate había cogido en renta los majuelos de la señá Petra, y arrendado la bodega de “Caitanines”, en las de la Fuente.

Llenaban una cuba de trescientos cántaros y varios carrales. El de doce cántaros era el primero que, incluso antes de que llegara San Andrés, espitaban.

         Pasada la Purísima, cuando reciente la primera matanza y alguna hornada, Pristilo cogía dos chorizos de callos (éstos había que comerlos tiernos), medio pan y, con su amigo “el Rojo”, marchaban a la bodega.

Cogían unos palicos (siempre tenían manojos a mano), preparaban pequeña hoguera en la lagareta y los asaban al encallete.

Por la zarcera y el cañón de la bodega subía el delicioso tufillo del asado. Esa fue la causa de que la pareja de la guardia civil, de ronda por las bodegas, fuese atraída por el olorcillo.

Con su capotón, fusilote y tricornio se asoman a la abierta puerta.

-¿Quién anda ahí? -vocea Pristilo.

-La Guardia Civil.

-Pues bajen ustedes, verán soy hijo del amo, y no estamos robando.

Los miembros de la pareja eran dos guardias jóvenes. Alrededor de la hoguera, los anfitriones, colocaron para asiento los povinos de un carral ya vacío.

Se sentaron los cuatro muchachos. El Rojo de Aurelia,  la “Tachuelera”, fue a su casa, que estaba cerca, a por otros dos chorizos.

A los guardias que, en aquellos años malos, tampoco andaban muy sobrados de alimentos, les sabían a gloria aquellos chorizos picantes, con el pan tierno y la mortera que iban trasegando del carral y reponiendo cada poco.

Pristilo empezó con sus cantiquiñas aflamencadas de falsete, el Rojo con las palmas...; los civiles, que habían dejado los capotones y fusilotes sobre la piedra (el pienso) del lagar, empezaron animados a palmear…, Lucilo sacó, en sucios vasitos de cristal gordo, el ponche… Todos se pusieron muy contentos.

         El mayor de los guardias, quien se contuvo con el ponche y no llegó a mangarla, ordeno la retirada. El más joven tambaleándose empezó a canturrear. ¡Cómo para cargar con el capotón y el fusilote estaba..! El otro guardia se los dio a Pristilo.

         El Rojo y el otro guardia echaron los brazos del mareado por encima de sus hombros. Lucilo los escoltaba, por el camino de la Fuente y la carretera de Madrid, camino del cuartel, portando capote y fusil…

         En el primer traspiés del mareado, se le cayó el tricornio. Pristilo lo recogió del suelo y se lo caló a lo chulo, deladeado. Y así, ya de noche, con el guardia mareado sujetado entre los dichos, y Pristilo con el capotón, tirado por encima, el fusil en bandolera y el tricornio a lo chulo, irrumpieron en el portalón del Cuartel.

         Al verlos, la descarga adrenalítica del bilioso teniente Villa, enrojeció su tez cetrina. De dos manotazos despojó a Pristilo de los atributos beneméritos, que apoyó en el banco, y le propinó dos sonoros  tortazos.

         -Lo han emborrachado de intención y encima se vienen burlando de la impóluta, inmaculada institución.

         -Que no, señor teniente. Si es que éste no tiene costumbre de beber.

         -Pues no se va a acostumbrar.

         Dirigiéndose a los agentes: -Vosotros, quince días seguidos de guardias. Y vosotros, los bodegueros, toda la noche en el Cuarto Churro…

         ¡Pobre Pristilo!: encima de su buena acción…

        

         




2 comentarios:

Angel felipe dijo...

Buenas tardes Agapito te tengo que dar las gracias por los melones tan buenos que me vendiste el día doce de el presente mes y me gustaría saber cómo están todos ustedes de salud sobre todo tu esposa gracias y un saludo cuídense y cuídense

Administrador dijo...

¡Muchas gracias, hombre! No te imaginas cuanto agradezco tu comentario. Mi mujer, tu catequista, está muy cuidada. Carece de dolores y de temores. Vive relajada siempre con un libro en las manos, a veces teje con ganchillo. Todos los días la lleva su cuidadora hasta la panadería.
Cierto que los melones son riquísimos, además de ecológicos.
Tu padre, un año que trabajó en la dehesa con Manolo, Q.E.D., tuvo melonar. Recuerdo que vendía unas sandías enormes, de secano. ¡Qué pena de aquella dehesa!
Un abrazo.