viernes, 22 de agosto de 2025

GÉNESIS DE LA "CUCA". 2ª Parte.

 

           


       LA GÉNESIS DE LA CUCA. 2ª parte.


             Al escuchar los relinchos gozosos, se asomó el Domínguez menor, con una estaca; pero la cubrición estaba hecha. –“Si ya parecía que daba muestras de andar salida, mañana, que es lunes, la íbamos a llevar a la Parada”.

            Recurrieron, de urgencia, al veterinario. Como por aquel entonces no se había inventado la “píldora del día después”, -“le practicaremos un lavado profiláctico”;  dijo el galeno de lo animal.

            En todas las casas existía un recipiente de porcelana, semicilíndrico, como de dos litros de agua tibia, que se colgaba alto de un gancho en la pared. Del fondo salía una goma, con una canuleta al final, con llave de paso, de aplicación anal. Se utilizaba, sobre todo en los muchachos, para combatir el estreñimiento, o, simplemente, lavar el intestino, vía colon, cuando nos pegábamos atracones a uvas, perucos, titos, muelas y garbanzos, de brúa.

            En este caso, la irrigación vaginal, se la practicaron a la yegüona. Le metieron toda el agua templada del pote de la lumbre.

            -“No obstante la profilaxis académica practicada, de cuya eficiencia no existen estudios científicos, ni pruebas objetivas, es conveniente recurrir a nueva inseminación, mediante remonta natural, antes de las veinticuatro horas”, dijo el erudito licenciado.

            La cuestión era evitar aquel embarazo no deseado.

            Había que ser labrador de, por lo menos, par mulas con tierras propias para poder mantener todo el año a yegüa de vientre. En las casas más grandes, por ej., las de los “Piteras” aquí , Valdés en Quintanilla, Nájera en Villamayor, Oleas en Villádiga.., tenían hasta tres y cuatro yegüas, así que tenían el corral lleno de muletos cerriles; hasta los dos años no se los domaba.

         Las mulas, compañeras en el trabajo y el descanso (la cuadra estaba en el corral de la casa) de las familias labradoras, eran la fuerza de tiro en la arada, la siega, el acarreo, la trilla; llenar el pajar y la panera, echar el estiércol, la vendimia…

El ganado mular (híbrido infértil de caballar y asnal) bueno era el hijo de yegüa y burro; heredaba la fuerza y talla de la madre y la rusticidad del padre. De forma genérica, a todo ese ganado le llamábamos mulas; si bien, en singular la hembra era la mula, y al macho le llamábamos así, simplemente, macho. También distinguíamos si eran yegüatos, la mayoría, o burreños.

        Había yuntas de hasta once dedos de alzada: siete cuartas desde el borde del casco de una pata delantera, eso era la cuerda; a partir de ahí se medían los dedos hasta la cruz.

Once dedos media “el Castillo”, los justos para sujetar el emburriones del carrazo de varas, de los aguardienteros, y nueve la “Pastora”, que iba en los tiros; la mejor pareja para la reata que había en el pueblo, coincidencia popular que alagaba mi vanidad infantil.

       Se la compró mi abuelo a Vicente “Pastor”, muerticos de hambre, en el tardío del año malo, por quinientas pts. Se puso el ganado regalao.

        Escuchamos por la radio nacional en el programa “España agrícola”, a don José, el Secretario del pueblo, y a Juanón, un labrador, la forma de aprovechar las vides para matar el hambre de las caballerías: había que podar, con toda la hoja, así acabada la vendimia, y lo podado cada día, traerlo e irlo echando en el pilo del lagar, por ej., e irlo compactando (el maestro me dijo que compactar era apretar).

       En nuestra casa, mi padre y sus hermanos, aguardienteros, que estaban juntos, tenían setenta cuartas de majuelo. Los tres hermanos a podar, mis primos y yo, apañando las vides y cargando el carro, llenamos un pilo de los del orujo; lo tapamos con tamuja de los pinos, (paja era carísima la poca que había) y barro, y lo dejamos que fermentara. Aquel alimento, don José, el de la radio, dijo que era un ensilado apetitoso y alimenticio. ¿Quién nos iba a decir que muchos años después se ensilarían los forrajes, con máquinas, y envueltas las bolas en plástico?

Cuando me llego a algún cabañal, ese olor rico a fermentado, esa apetitosidad para las ovejas, aunque hayan empacado cardos y espiguera, me recuerda, las brazadas de vides amollecidas y hojas con los que el Castillo y la Pastora se pusieron como nansas. La gente del pueblo se reía cuando nos vieron el acarreo, después nuestro par era la envidia. Nos lo pedían, aquel invierno, para llevar al Barrero las caballerías que se morían de hambre. Al año siguiente, el bueno, ya por marzo se segaban las reñales de centeno; por cañadas y regatos, tan arrojados, engordaban todos los animales que habían subsistido a la hambruna, a mis tíos les ofrecieron veinte mil pesetas por la pareja, una fortuna, que era lo que valían aquellos camionetos (Chovrolet, Ford, Studebaker,..,) de cuarta mano que llegaban a España, o los rusos de cuando la guerra.

     “Los Piteras”, por el dinero de seis muletas, para domar, que vendieron, trajeron un tractor, de veintisiete caballos, un Fordson de petróleo que, además de prender fuego en la trilla, se escacharró al principio de sementera. Tardaron todavía unos años, a finales de los cincuenta, en llegar los primeros monocilíndricos (pom, pom, pom) Lanz, nuevos. Las mulas resistieron a los tractores (Ebros, Barreiros de fabricación nacional, al poco los Jhon Deere, Massey Ferguson…) hasta finales de la década de los sesenta. Servidor, comprado por su tío-padre, estrenó el primer tractor, un Barreiros R335, de 37 CV, en las vendimias, para recoger el orujo, de 1965.

Volvamos a la Cuca y su madre. Creo que, por sensual, se llamaba Gilda.

         Bien de mañana, al día siguiente, vino el “Pedro” mayor con la promíscua, a la Parada de Sementales del Estado. La hembra venía alegre, con un trotecillo muy sospechoso.

Tres Paradas de fecundadores existían en el pueblo Cabeza de Partido Judicial: la dicha del Estado, dependiente del Depósito de Sementales, “Almansa” de León. Llegaban a la villa, hasta Castroverde en el  “Tren Burra”, a cargo de un sargento y dos soldados, desde allí caminando, el día del “Ángel”, primero de marzo; permanecían, en las cuadras anejas a la plaza de toros, junto a las ruinas del castillo de los Condestables, hasta la víspera de la fería, 20 de junio. Había dos particulares: la de Frutos con un caballo y un burro, más la del señor David, el “Burrero”, que era la de los pobres; sólo poseía dos burros, más bien buches, y el caballejo rifón. Prestaba sus servicios a las burricas de jornaleros, el que tenía, y a las de los pastores.

            La misión del caballo rifón, un tordo de nueve dedos por debajo de la cuerda, negras y abundantes crines, geniudo, mal encarado, muy excitado sexualmente, por raras veces complacido, era la de cortejar a las yegüas en la parada del Estado, para comprobar su celo. Como todas las hembras de la naturaleza sólo admiten macho en la ovulación. Dado que eran cubiertas por garañones zamorano-leoneses, burracos que a su indolencia se sumaba su explotación sexual, estragados de yegüas, (a pesar de que a falta de potenciadores hormonales, les procuraban una dieta afrodisiaca, a base de nabos, tercerilla con mostasí y mielgas; también los soldados le aplicaban un potenciador de uso tópico: lubrificación con manteca de marrano y canela) habían de salir a tiro fijo.


            La yegüona de los Pedros, no necesitó del rifón. Le evitaron la repetida represión. A base de mucho ramal y vara de fresno habían de retirarlo de las yegüas dispuestas. Le consolaban con alguna burra a la que preñar para “macho” burreño.

            Sacaron al Villaornate, a quien, aún de refresco, aquellas ancas lujuriosas no le incitaban. Al aproximarlo, la hembra le soltó un par de coces. Le duraba el regusto del congénere, aunque fuera enano, del día anterior. Estaba harta de la flacidez asnal.

            -“Bueno si no queda del burro que nos dé buena mula, la echáremos al caballo. Con suerte una buena potra nos vendría bien”, dijo el amo.

            Le sacaron al “Rubís”, un imponente percherón, caballo de tiro capaz de arrastrar toneladas, a quien de tarde en tarde le ofrecían yegüa. Difícil les resultaba a los soldados sujetarlo, sobre todo cuando vio a aquella hembraza húmeda, espatarracada, mascando espuma y embriagando el aire sus feromonas. Ni los dio tiempo a llevarla para que su pecho topara con la horizontal viga sujetadora.

            El majestuoso salto y la introducción (sin necesidad de que los soldados enchufaran), fueron la unísono; sus “manos” y panza delantera a espernaquete, sus patas avanzaron un paso para conseguir el acople total.

            La yegüona, sintiendo tal virilidad dentro de sus entrañas (lo del poni un aperitivo, las flacideces de los burros, un engaño) emitía entrecortados jadeos, provocadores de bestiales emburriones del Rubís, incapaz de sujetar. Así la fue llevando hasta la dicha viga tope, donde, al cabo de varios salvajes vaivenes, apretando con todos los músculos glúteos, soltó el chorro fecundador. Sus relinchos gozosos representaban toda la grandeza de la naturaleza fecundada.

            Pero de poco sirvió: llegaron primero al óvulo, los gametos del poni. A los nueve meses de la función titiritera, nació una potrilla, aunque mejorada la raza del padre, de quien heredó astucia, sin valer para otra cosa que hacer de burra. Nació la “Cuca”.

 



No hay comentarios: