Como en dicho diario no lo han publicado, lo hago aquí.
RAZONES
PARA QUE VENGAN.
He conseguido una invitación para
participar, supongo que como oyente, en el foro, “Razones para quedarnos”.
Vengo leyendo desde hace unos días en este periódico entrevistas a los
ponentes. Como dudo de poder exponer en él mi experiencia y conocimiento sobre
el problema es por lo que me animo a escribir a La Opinión.
Hará unos quince años, viendo, y desde mucho
antes, que lo único poblado iban a ser los cementerios, presenté un trabajo al
certamen del Círculo de Zamora, y fue premiado, pero no tenido en cuenta. Se
titulaba “Nueva savia”. Estaban comenzando a llegar los primeros inmgrantes. En
el encauzamiento y fomento de aquella incipiente riada veía el remedio a la
sequedad demográfica de nuestros páramos, estepas y valles. El título del certamen se titulaba
“Proyectos e Ideas para revitalizar la provincia de Zamora”, y, servidor,
aportaba unas cuantas que siguen siendo indispensables.
Antes de la prescripción es
necesario el diagnóstico, señalando tumores de los que nadie habla, y que paso
a esquematizar:
Si el índice de natalidad es
bajísimo en España, ¿cómo ha de ser
el de aquí, cuando predominamos los viejos, y lo que es peor en este caso: las
viejas? Quienes están en edad de procrear, lo hacen poco, que es una lata tener
críos.
No es sólo la falta de puestos de
trabajo, sino que a la gente no le gusta, o no le interesa, o no le conviene
vivir en los pueblos. Y así, pongo el ejemplo de éste, del mío cabecera de despoblada comarca: entre
docentes, sanitarios, administrativos de la Junta, de la Justicia, empleados de
banca y del CPO, de la hostelería…, más de setenta personas, que podrían ser
otras setenta familias no residen en la villa.
Toro, con la Azucarera, García
Baquero, Siro, y, además, como los
Quintanilla de Ribera del Duero, Rueda…, con todas las viñas, bodegas
exportadoras, muchos puestos de trabajo, ¿por qué pierden población? Pues porque gran parte de los trabajadores de
esas actividades viven en Valladolid, por ej.
Lo más triste, al menos a mí me
entristece, es que cada vez más jóvenes, agricultores de verdad, de los que no
tienen alguna otra actividad, viven en la ciudad más o menos próxima. Se le
llena la boca a Julio Carnero con las ayudas a la incorporación agraria para
jóvenes agricultores. Pues le aseguro que la mayoría de esas “jóvenas
incorporadas” ni se montan en el tractor, ni sueldan una reja, ni cambian un
tubo. Viven en la ciudad y es el consorte o el padre jubilado quienes siguen
sulfatando, sembrando, cosechando y moviendo paquetes. ¿A ver qué se nos ocurre
para paliar ese absentismo?
Aparte de lo anterior, tumor
añadido y de difícil curación, ¿qué defensas, qué recursos tiene el enfermo, el
mundo rural, para aliviar los dolores?
Uno muy importante: estupendas y
habitables casas vacías, de quienes, con el tractorico, las vacas, marranas y
ovejas, resistieron a la gran emigración de los “sesenta”. Las sanearon,
reformaron, luz, agua, desagüe, baños por lo tanto; calefacción incluso. Los
hijos o sobrinos marcharon. Ya ni en el verano se abren. Las recientemente
cerradas, con cada habitante que cambia de morada, seguirán el mismo camino que
las primeras: arroñarse. ¿No sería mejor utilizarlas?
También se van cerrando
relativamente modernas naves ganaderas, en ovino, sobre todo.
¿Qué más tenemos? Aire puro,
(¿Les parece poco?) agua, terrenos para huertos familiares ecológicos,
estupendos alimentos, mayor potencial agroalimentario; espacios infinitos, gran
tranquilidad. Aquí, esperemos, no llega el coronavirus; ni ciclones,
terremotos, sunamis… ¡Si esto lo pillaran los de Wuhan…! O tantos millones de seres humanos hacinados
en megalópolis.
Los nueve por kilómetro cuadrado
tenemos razones de sobra para quedarnos, pero somos mayores, cada vez menos.
Hemos de buscar las razones, la forma “para que otros vengan”. Y las hay. Con
más espacio, o si me dan voz en el foro, podría exponerlas.
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