MIS RECUERDOS DE DON TOMÁS OSORIO
BURÓN.
Puede
que fuera por la Novena de la Purísima, en el atrio del viejo San Nicolás, del
año 1977 cuando saludé al cura recién llegado. Tenía muy buena pinta. Era de
Fuentes de Ropel. Allí vivían sus padres y parte de sus hermanos. Enseguida
simpatizamos. Esta Parroquia estaba dejada de la mano de Dios. Le esperaba una
inmensa tarea.
Se puso
de inmediato manos a la obra, tanto en lo pastoral como en lo material. Según
le habían dicho, en este pueblo no había más que ruinas, sobre todo en las
iglesias; tierras de las que unos pocos se aprovechaban, archivos con
valiosísimos documentos amontonados en el viejo obrador de Felipe “el Rufo”,
lleno de goteras, medio en ruinas, y una actividad parroquial muy languideciente
en lo espiritual.
Relatar
toda la actividad llevada a cabo por don Tomás necesitaría un libro: enseguida
organizó la Comunidad Neocatecumenal, el Grupo de Matrimonios Cristianos, la
Catequesis; los Cursillos Prematrimoniales, los de Confirmación; excursiones,
campamentos.., yo qué sé. Para los asuntos económicos se apoyó en una Junta
Parroquial, a la que pertenecí, y cuya actuación no fue siempre ejemplar. No me
refiero a tipo alguno de aprovechamiento personal de don Tomás, quien en esto,
en lo de los dineros, ha sido, es de una gran ejemplaridad. La sencillez y el
desapego de las riquezas son, han sido sus normas de vida.
De las
diez iglesias (vendida unos pocos años antes la de San Miguel y otros más atrás
la de Santiago) a él, todavía le llegaron dos en mal estado, San Pedro y San
Nicolás. Por su parte las Clarisas se habían ocupado de restaurar la suya, y la
de las “Hermanas” estaba en hibernación.
Recuerdo
que esa fue nuestra primera conversación: el estado de San Nicolás.
Don
Modesto había conseguido en aquellos años de pos guerra y de miseria, el casi
milagro de mantener abiertas y en pie, San Miguel, San Pedro y San Nicolás,
aunque para ello hubiera de vender algunas columnas o santicos. En el traslado
del artesonado de Santiago a León no tuvo culpa alguna. Si es que, además, la
iglesia se caía; que no había teja bajo la que guardar tanto arte de diez
iglesias y tropecientas capillas y ermitas.
En los
sesenta había restaurado don Modesto toda la cubierta de San Nicolás: le
plantaron encima encofrado de hormigón y teja. Para evitar la apertura de los
muros, pusieron tirantes atornillados.
San
Nicolás no se hubiera caído, aunque necesitara una reparación interior en
profundidad, pero no era iglesia que, salvo el atrio, y el escaso ábside plano mudéjar,
poseyera arte. Además, llena de naves y recovecos (aunque uno la recuerde con
cariño, el último funeral celebrado en ella fue el de nuestro padre, 11 nov.
1978)) carecía de funcionalidad. Su pobre fábrica, tapial en su mayoría,
desaconsejaba también su mantenimiento.
Convoca
don Tomás una asamblea en el comedor del Colegio de EGB. Una propuesta a
debatir: “vender las tierras para con su dinero construir la nueva iglesia”. La
propuesta es aceptada.
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