INGRATITUD (III)
A los pocos días volví, a verla. Tanto las hijas del señor como Cres estaban muy contentos.
Al domingo siguiente fui a buscarla, vino a comer con nosotros. En la sobremesa con los hijos (era un día de reunión familiar) ella fue el centro de atención. En esa y en otras muchas charlas, pues la visitaba cada poco en Cerecinos (iba algunos días en bici) me contaba su biografía.
Integrada en Cerecinos, aceptada por las cinco familias de hijos, me decía estaba encantada de vivir en una aldea, puesto que ella, allá en su Paraguay, se había criado en una pequeña aldea, Tobatí.
La granja de chotos a la que iba, el caballo donde le hicieron fotos, la charla con los ancianos que tomaban el sol allí en la plaza, todo le recordaba su infancia.
Su mamá había fallecido joven. De los hermanos se hizo cargo la abuela y unos tíos solteros que trabajaban el campo. Cuando murió la abuela ella tenía doce años. De los hermanos se hicieron cargo otros familiares. A ella la llevaron a un horfanato en Asunción de donde, al poco tiempo fue sacada para trabajar en la mansión de un General de la entonces dictadura de Stroner, quien tenía tres hijas de parecida edad a la suya. Allí conoció a los personajes de la cúpula militar, y a visitantes ilustres de España, por ej., a Pilar Franco.
Pasados bastantes años de esa casa salió para casarse.
Todo esto lo contaba con un lenguaje precioso, ameno, dulce, persuasivo. Un encanto de mujer.
El señor Julio no podía estar mejor atendido: diligente, hábil, cariñosa, muy buen ama de casa.
Yo me temía echara de menos la gran ciudad, Buenos Aires, en la que había pasado parte de su vida, desde que, al poco de casada, llegó. Primero se habían establecido en la provincia de Misiones, lindante con su país. Sobre todo una de las hijas del Sr. Julio, Josefina, la sacaba de compras a Benavente, al mercadillo de Villalpando. Todas las tardes en esa casa había visitas y buena conversación en la que ella participaba.
Se mostraba feliz y yo muy contento.
Pasadas un par de semanas decidieron solicitar para ella el “Permiso de Residencia”, o sea: arreglar los papeles. Para ello hubieron de llevar al padre a Zamora, pues ha de ser el “empresario” quien personalmente solicite y firme ese permiso. Prometió que, cuando tuviera los papeles, no les iba a dejar plantados.
Son lentos esos trámites en Extranjería, Subdelegación del Gobierno. El tiempo empezaba a apremiar, pues ella tenía el billete de vuelta para no más de los tres meses de la llegada. Ahí empezaron mis visitas a Extranjería, y a hacer valer mi amistad con el entonces Subdelegado, Carlos Hernández del PSOE.
Según la ley, y en teoría, se solicita el permiso de entrada y residencia para un extranjero que reside en su país, al que se le manda el permiso, así concedido, junto con el contrato de trabajo.
Por los pelos les dieron los “papales” a tiempo de poder llevarlos ella en mano en su regreso a Buenos Aires.
Allí estuvo dos semanas, guardando colas en la corrompida burocracia de su país, donde todo funciona con “coimas”. Un día, alarmada, me llama Josefina: Faltaba un día para la fecha de regreso y a Cres no le habían concedido el visado.
Me puse en movimiento, teniendo en cuenta la diferencia de horario y, después de no sé cuántas llamadas conseguí hablar con el padre Leoncio, y con ella, coordinarlo todo. Leoncio, de un telefonazo, lo solucionó y Cres, por los pelos, pudo regresar a Cerecinos.
(continuará)
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario