jueves, 7 de noviembre de 2019

PRECIOSO RELATO ESCRITO POR UN CHAVAL DE CATORCE AÑOS ENTONCES. DAVID MODROÑO, NIETO DE MI HERMANO PABLO.




UN SALUDO AL PASADO

Hace tiempo que no vengo al pueblo. Por fin de vuelta en casa, mi verdadera casa. La casa de mi infancia y de mi niñez, pero, sobre todo, de mis recuerdos. Buenos y malos, pero al fin y al cabo recuerdos.

Los recuerdos y momentos pasados sean buenos o malos marcan nuestro presente y sin ellos no seriamos lo que somos. Los recuerdos han sido y son importantes, por eso de vez en cuando merece la pena abrirnos paso entre tantos años de alegrías, tristezas, lloros, saltos, caída, intentos y fallos para poder sentir de nuevo momentos pasados.

Por eso vengo al pueblo, para hacer memoria, para oler el aire de mi infancia y visitar las calles que me criaron.

Bajo del autobús, todo está tranquilo. Respiro hondo, y el viento con su habitual perfume a mar me susurra al oído. Me gusta pensar que sabe que he llegado, y que durante todo este tiempo me ha estado esperando.

Está acabando el verano; y se acerca el otoño con sus inevitables atardeceres que tiñen el cielo de tonos naranja, rojo y rosado.

Me acerco a mi antigua casa, y siento un escalofrío correr por mi espalda. La cuidan bien, la dejamos en buenas manos. Cuando mi madre murió, mi padre no pudo aguantar allí, tuvimos que irnos. Vendió nuestra casa. No quería sufrir más, los buenos recuerdos allí vividos le inundaron los ojos de lágrimas y el corazón de tristeza. Es curioso como a veces los buenos momentos pasados te destrozan el corazón al recordarlos.

Sigo caminando por la acera, mirando al suelo por el que alguna vez corrí y salté, y por el cual aprendí a andar en bicicleta e inevitablemente caerme de ella.

Me paro delante de otra casa. Está abandonada y destrozada. El padre de aquella familia se suicidó y la mujer era alcohólica y desempleada. La hija, descuidada de su madre, parecía tener toda la inteligencia que a la mujer le faltaba. Era muy lista, pero dado el poco caso que le hacía su madre, se dedicaba a meterse en líos para llamar la atención. No conozco mucho más de su historia y quiero creer que todo le fue bien, aunque no son muchas las posibilidades de que así fuera.

Poco más adelante me encuentro con un local de McDonalds.  ¿Qué le han hecho a este sitio? Antiguamente aquello había sido una tienda de pesca y souvenir que llevaba mi padre. Todo el mundo lo conocía. Él siempre estaba contento, con una sonrisa de oreja a oreja, que más tarde desaparecería sin dejar rastro.

Mi madre tenía un restaurante familiar al otro lado de la calle, que afortunadamente sigue funcionando a cargo de una gran amiga suya, a la vez madre de un gran amigo mío.

Llego a la playa y me quito las zapatillas. Noto en mis pies el suave tacto de la arena, todavía algo caliente por el sol que se encuentra a punto de caer tras el horizonte para dar paso a la luna, y que pueda ver una vez más la belleza de este pequeño pueblo costero.

Sigo caminando. Cada vez me acerco más al final de la playa. Recuerdo bien las grandes rocas en las que de pequeño pescaba cangrejos, o donde al menos lo intentaba.

Tras las rocas, resguardada por un acantilado hay una pequeña cala la cual me trae de nuevo recuerdos y memorias.

Me siento en la arena al lado de la pared del acantilado. Recuerdo bien aquel lugar. Es extraño ver cómo mi amor por aquella chica bajita y morena de ojos saltones, ya olvidado y enterrado bajo la arena, vuelve por unos instantes para traer a mi memoria la última noche que pude pasar con ella y con la tranquilidad de este pueblo.

No llegué a besarla, pero el largo abrazo que compartimos acompañado del par de lágrimas de parte de los dos fueron suficientes para una bonita pero triste despedida.

Una lágrima resbala por mi mejilla y sonrío. La verdad, me gusta escarbar en mi memoria y traer de nuevo momentos que descansan en lo más profundo de mí. Eso me hace volver a ser pequeño, lo cual hace que me sienta grande.

Me levanto de la arena, sacudo mi pantalón y me seco la lágrima de la mejilla.

Subo por la calle por donde vine, pasando por la que alguna vez fue mi casa. El autobús de vuelta me espera, pero antes de subirme a él hecho una mirada atrás despidiéndome de aquel pequeño pueblo, del aire con aroma de mar y del viento que me abraza con afecto.

Todo aquello ya acabó hace tiempo, pero perdura en todos mis recuerdos. Y sé que lo que importa es el ahora y el antes ya se ha acabado, pero la verdad es que no viene mal de vez en cuando darle un saludo al pasado.

mcDavid. 2015.

(Para saber quién eres y quién serás, simplemente tendrás que hacer un pequeño esfuerzo por recordar lo que algún día fuiste).










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1 comentario:

Administrador dijo...


De no saber que el autor de este relato, cuando lo escribió, era casi un niño, hubiera pensado en un jubilado, en una persona mayor. Esas vivencias que narra, sobre todo en la primera parte, son las propias de tal edad. ¡Qué madurez necesita un crío para escribir así! Pienso que con él va a continuar la saga de escritores Modroño.