UN SALUDO
AL PASADO
Hace tiempo
que no vengo al pueblo. Por fin de vuelta en casa, mi verdadera casa. La casa
de mi infancia y de mi niñez, pero, sobre todo, de mis recuerdos. Buenos y
malos, pero al fin y al cabo recuerdos.
Los
recuerdos y momentos pasados sean buenos o malos marcan nuestro presente y sin
ellos no seriamos lo que somos. Los recuerdos han sido y son importantes, por
eso de vez en cuando merece la pena abrirnos paso entre tantos años de
alegrías, tristezas, lloros, saltos, caída, intentos y fallos para poder sentir
de nuevo momentos pasados.
Por eso
vengo al pueblo, para hacer memoria, para oler el aire de mi infancia y visitar
las calles que me criaron.
Bajo del
autobús, todo está tranquilo. Respiro hondo, y el viento con su habitual
perfume a mar me susurra al oído. Me gusta pensar que sabe que he llegado, y
que durante todo este tiempo me ha estado esperando.
Está
acabando el verano; y se acerca el otoño con sus inevitables atardeceres que
tiñen el cielo de tonos naranja, rojo y rosado.
Me acerco a
mi antigua casa, y siento un escalofrío correr por mi espalda. La cuidan bien,
la dejamos en buenas manos. Cuando mi madre murió, mi padre no pudo aguantar
allí, tuvimos que irnos. Vendió nuestra casa. No quería sufrir más, los buenos
recuerdos allí vividos le inundaron los ojos de lágrimas y el corazón de
tristeza. Es curioso como a veces los buenos momentos pasados te destrozan el
corazón al recordarlos.
Sigo
caminando por la acera, mirando al suelo por el que alguna vez corrí y salté, y
por el cual aprendí a andar en bicicleta e inevitablemente caerme de ella.
Me paro
delante de otra casa. Está abandonada y destrozada. El padre de aquella familia
se suicidó y la mujer era alcohólica y desempleada. La hija, descuidada de su
madre, parecía tener toda la inteligencia que a la mujer le faltaba. Era muy
lista, pero dado el poco caso que le hacía su madre, se dedicaba a meterse en
líos para llamar la atención. No conozco mucho más de su historia y quiero
creer que todo le fue bien, aunque no son muchas las posibilidades de que así
fuera.
Poco más
adelante me encuentro con un local de McDonalds. ¿Qué le han hecho a este sitio? Antiguamente
aquello había sido una tienda de pesca y souvenir
que llevaba mi padre. Todo el mundo lo conocía. Él siempre estaba contento,
con una sonrisa de oreja a oreja, que más tarde desaparecería sin dejar rastro.
Mi madre
tenía un restaurante familiar al otro lado de la calle, que afortunadamente
sigue funcionando a cargo de una gran amiga suya, a la vez madre de un gran
amigo mío.
Llego a la
playa y me quito las zapatillas. Noto en mis pies el suave tacto de la arena,
todavía algo caliente por el sol que se encuentra a punto de caer tras el
horizonte para dar paso a la luna, y que pueda ver una vez más la belleza de
este pequeño pueblo costero.
Sigo
caminando. Cada vez me acerco más al final de la playa. Recuerdo bien las
grandes rocas en las que de pequeño pescaba cangrejos, o donde al menos lo
intentaba.
Tras las
rocas, resguardada por un acantilado hay una pequeña cala la cual me trae de
nuevo recuerdos y memorias.
Me siento
en la arena al lado de la pared del acantilado. Recuerdo bien aquel lugar. Es
extraño ver cómo mi amor por aquella chica bajita y morena de ojos saltones, ya
olvidado y enterrado bajo la arena, vuelve por unos instantes para traer a mi
memoria la última noche que pude pasar con ella y con la tranquilidad de este
pueblo.
No llegué a
besarla, pero el largo abrazo que compartimos acompañado del par de lágrimas de
parte de los dos fueron suficientes para una bonita pero triste despedida.
Una lágrima
resbala por mi mejilla y sonrío. La verdad, me gusta escarbar en mi memoria y
traer de nuevo momentos que descansan en lo más profundo de mí. Eso me hace
volver a ser pequeño, lo cual hace que me sienta grande.
Me levanto
de la arena, sacudo mi pantalón y me seco la lágrima de la mejilla.
Subo por la
calle por donde vine, pasando por la que alguna vez fue mi casa. El autobús de
vuelta me espera, pero antes de subirme a él hecho una mirada atrás
despidiéndome de aquel pequeño pueblo, del aire con aroma de mar y del viento
que me abraza con afecto.
Todo
aquello ya acabó hace tiempo, pero perdura en todos mis recuerdos. Y sé que lo
que importa es el ahora y el antes ya se ha acabado, pero la verdad es que no
viene mal de vez en cuando darle un saludo al pasado.
mcDavid. 2015.
(Para saber quién eres y quién
serás, simplemente tendrás que hacer un pequeño esfuerzo por recordar lo que
algún día fuiste).
l
1 comentario:
De no saber que el autor de este relato, cuando lo escribió, era casi un niño, hubiera pensado en un jubilado, en una persona mayor. Esas vivencias que narra, sobre todo en la primera parte, son las propias de tal edad. ¡Qué madurez necesita un crío para escribir así! Pienso que con él va a continuar la saga de escritores Modroño.
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