A Pablo Román, por animarme a escribir y no ocultar ser lector de este blog.
Cierto que he pasado una semana sin asomarme por aquí. Varías han sido las causas: haberme enfrascado en la redacción de un trabajo para un certamen literario, híbrido de cuento y ensayo; el melonar; mi tarea de moderno perillán; mis lecturas (mucho más cómodo leer que escribir); el mundial de fútbol; ayudar a unos apicultores murcianos, ayer pasé la mañana con ellos, y también, ¡cómo no!, dado que el último plato, el de "Se Vende" fue de muchas calorías, dar tiempo a ser digerido. A este respecto: en Belver de los Montes, pueblo que tiene río, arboledas, verdor de regadíos, montes cercanos, unos asturianos han comprado una casa decente, con su corral, etc. por tres mil euros.
De la actualidad local, poca cosa: el pueblo empieza a cobrar vida con la llegada de los de fuera; seguimos sin agua potable a pesar de que llueve con frecuencia, esto del tiempo si que es noticia: no deja cosechar, pero no vean como tiran los girasoles y las alfalfas; ahora mismo el pando ya no es el desierto de antes, estos dos últimos cultivos por algunos pagos, Alafes por ej., ocupan muchas más parcelas que el clásico cereal, y le dan verdor al paisaje; los girasoles están empezando a echar las cabezas, en pocos días inmensas sábanas de amarillo cubrirán nuestras besanas. Ya les pondré alguna foto. Les sugiero a los de la hostelería vendan la floración de las pipas, más el verdor de los pinares, como atracción turística. No es el Jerte, pero cuidadín con Valdeconejo y Torroyo, con los girasoles de Enrique en la ladera.
De la consabida ineficacia municipal (¿ya estaban pensando que se iban a librar?), pues que este año la subasta del Prado de Huelga Pedro ha quedado desierta. Posiblemente sea el último gran favor del asesor, cuando se sacó a subasta todavía asesoraba. Se les ocurrió poner trece mil euros de tope mínimo. Metió plica un solo pujante, un espontáneo de trabajos agrícolas afincado por aquí desde hace años. No sabemos para qué lo querría, pues no es ganadero. Se volvió atrás. Se lo ofrecieron a los de la ganadería extensiva. Nadie puso un duro. Entre tanto la hierba se ha secado. Ahora han puesto un pasquín para que vayan a pastar gratis quienes lo deseen. Puede que por diez mil euros alguien lo hubiera cogido. Así, ni una perra.
A lo mejor habría que replantearse qué hacer con esas sesenta y seis hectáreas de praderas de toda la vida, ahora que no quedan mulas que aprovechen las hierbas mayores, ni ovejas para las menores. Las de ahora en invierno están estabuladas dando buena leche, que los forrajes son abundantes y baratos.
¡Bueno!: les explico la joya de foto. Está enmarcada, en el portal de nuestra casa, como oro en paño, pues resulta que el primero por la izquierda, en los que están de pie, es mi bisabuelo Agapito Modroño González, nacido en Castronuño el año 1853. Llegó de aguardientero a Villalpando, con treinta y pocos años con su mujer, Agapita Maestre, seis años menor, y cuatro o cinco críos de los ocho que crió el matrimonio, el resto ya nacieron en la casa que compraron en la Carretera de Madrid, donde montaron los alambiques. Al excavar los cimientos, para su moderna casa, Felipe Vega, han aparecido señales de la hornilla de la alquitara.
La foto está hecha hacia el año 1.905. Son los señoritos de la clase alta del pueblo, cazando en la dehesa. El traje de pana que viste mi bisabuelo, al igual de quien está a su lado, indica que no pertenecía a esa clase, ni una tierra tenía, pero alternaba con ellos.
Mi abuela, nuera de aquel patriarca Modroño, me repetía quiénes eran. Ahí están los ricos, padres, hijos, cuyos nombres llegaron hasta nuestros días, y que conocimos a sus descendientes. Lástima que la foto, sepia por el tiempo, no sea más nítida. No obstante, si pinchan, la verán más grande. Les recomiendo observen detalles: el aspecto, vestido, calzado, escopetas, el perro, la perdiz...
Identifico a unos pocos, de los más nombrados: el quinto por la izquierda, en la fila de pie, rechoncho y más bajo, es Ezequiel Baltero, que tuvo un tejar en la fuente; el hombre acabó pobre; el octavo, más bajo que los de al lado, con chaqueta clara y chaleco oscuro, frente despejada por el sombrero hacia atrás, es don Teodoro Núñez.
Éste era por entonces el más rico del pueblo, un auténtico señorito. Tenía labranza con tierras propias para veinte pares de mulas; el Valle de las Urnias, hoy Blanco, era de su propiedad. Su casona de labranza estaba en la calle Real, esquina a "Una acera"., en lo que hoy ocupan la casa, pisos, corrales, bodega de los "Olegarios", más la casa de a continuación, construida, por uno de los hijos de don Teodoro, para su "querida", llamada la "Niña de don.... (no recuerdo el nombre). Aunque la conocimos ya en completa decadencia, aún conservaba su aspecto señorial; de la parte superior del tejado sobresalía una cúpula octogonal, con una ventana en cada lado. Según cuentan su misión era, con prismáticos, vigilar a los mozos que trabajaban en el campo y en la era.
En esa casa, donde había vajillas de plata, se reunían caciques de la zona para nombrar a los Diputados del Partido. También en la casa del Valle, pasaban largas jornadas y veladas, jugando al gilé.
Entre los que están sentados, creo recordar, había al menos dos hijos de don Teodoro. De sus descendientes conocimos a un nieto, Serapio, creo Fernández, Núñez, un hombre muy digno y lleno de bondad, quien conservaba ese aire señorial. Fue quien vendió la casa cuando emigraron a Barcelona. Tenía dos hijas, la segunda era Lolita, quien poseía una de las pocas bicicletas de chica que había en el pueblo, y un chico, Teodorín, unos años más joven que yo.
Esto se está alargando demasiado. En breve, s.D.q. continuaremos con la semblanza de la foto y nos meteremos a contar la historia de la dehesa.
Identifico a unos pocos, de los más nombrados: el quinto por la izquierda, en la fila de pie, rechoncho y más bajo, es Ezequiel Baltero, que tuvo un tejar en la fuente; el hombre acabó pobre; el octavo, más bajo que los de al lado, con chaqueta clara y chaleco oscuro, frente despejada por el sombrero hacia atrás, es don Teodoro Núñez.
Éste era por entonces el más rico del pueblo, un auténtico señorito. Tenía labranza con tierras propias para veinte pares de mulas; el Valle de las Urnias, hoy Blanco, era de su propiedad. Su casona de labranza estaba en la calle Real, esquina a "Una acera"., en lo que hoy ocupan la casa, pisos, corrales, bodega de los "Olegarios", más la casa de a continuación, construida, por uno de los hijos de don Teodoro, para su "querida", llamada la "Niña de don.... (no recuerdo el nombre). Aunque la conocimos ya en completa decadencia, aún conservaba su aspecto señorial; de la parte superior del tejado sobresalía una cúpula octogonal, con una ventana en cada lado. Según cuentan su misión era, con prismáticos, vigilar a los mozos que trabajaban en el campo y en la era.
En esa casa, donde había vajillas de plata, se reunían caciques de la zona para nombrar a los Diputados del Partido. También en la casa del Valle, pasaban largas jornadas y veladas, jugando al gilé.
Entre los que están sentados, creo recordar, había al menos dos hijos de don Teodoro. De sus descendientes conocimos a un nieto, Serapio, creo Fernández, Núñez, un hombre muy digno y lleno de bondad, quien conservaba ese aire señorial. Fue quien vendió la casa cuando emigraron a Barcelona. Tenía dos hijas, la segunda era Lolita, quien poseía una de las pocas bicicletas de chica que había en el pueblo, y un chico, Teodorín, unos años más joven que yo.
Esto se está alargando demasiado. En breve, s.D.q. continuaremos con la semblanza de la foto y nos meteremos a contar la historia de la dehesa.
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