DICHOS TONTOS Y RUTINAS
SUPERADAS.
Me
parece que el siguiente sermón va a ser perdido. Los “pecadores” a quienes
pueda ir dirigido, aferrados a sus creencias, a sus “seguridades” están
convencidos de su sabiduría, creen saberlo todo, por eso ni se molestan en
comprar un ordenador, en aprender a manejarlo o, si lo tiene alguien de la
familia, en utilizar esta impresionante herramienta de saberes que es internet.
Hace
no muchos días escucho en el bar: “Ya
decía mi abuelo: nunca por mucho llover es mal año”. Y resulta que el
sentenciador tiene una parcela con no sé cuántas has., perdidas por
encharcamiento.
Todavía
si hubiera añadido: “Nunca por mucho
llover en abril y en mayo……”
El
presente año agrícola, cuyo invierno ha sido uno de los más lluviosos
conocidos, va a ser malo por “mucho llover”. Empezó al recital el 29 de
septiembre. Magníficos los 140 litros caídos hasta el cuatro de octubre. Dos
escasas semanas de tregua en que, los menos, aprovechamos para sembrar todo lo
posible. Así el resto de octubre y noviembre. Diciembre fue seco. Cayeron las
únicas heladas de todo el invierno.
Por Nochebuena se lió a llover y no lo dejó hasta primeros de marzo. Éste cumplió con su ventoso deber. Oreó. Se pudo meterle a los sembrados los arreones de nitrato. La mayoría no había echado abono de sementera. Se pudo arrodillar, tirar herbicidas, ir preparando las siembras de girasol.
Por Nochebuena se lió a llover y no lo dejó hasta primeros de marzo. Éste cumplió con su ventoso deber. Oreó. Se pudo meterle a los sembrados los arreones de nitrato. La mayoría no había echado abono de sementera. Se pudo arrodillar, tirar herbicidas, ir preparando las siembras de girasol.
A
primeros de abril, todavía con charcos en algunas tierras, en el altillo de al
lado ya estaba duro. Los sembrados ya querían agua. Cayeron 50 litros. Un
respiro. A continuación días de sol, calor fecundo. El campo pegó el espurrión.
Pero ahora los sembrados ya están pidiendo agua a gritos. Cuánto más llueva en
invierno más necesidad hay luego en primavera. Si llueve pronto vendrá “como agua de mayo”. Remediará en las
parcelas que tienen remedio.
Las
excesivas lluvias de enero y febrero, magníficas para los embalses y los acuíferos,
pero nocivas para nuestros campos. Los encharcaron, hasta el extremo de
formarse muchas lagunas. Los cereales, apenas nacidos, pues la sementera, por
las aguas de octubre-noviembre, fue tardía, se ahogaron. En muchas parcelas
quedaron cuatro porretas. En la mayoría, las cebadas estaban pequeñas y
amarillas. Así que se pudo, venga nitrato. Espabilaron, pero tan tardías y dañadas, están echando cuatro espiguicas.
Los
guisantes en las parcelas sembradas en diciembre, cuando oreó, se aguaricharon,
hasta el extremo de perderse totalmente las semillas.
Las
vezas, a pesar de ser planta que soporta bien el exceso de agua, no sé por qué, se están quedando muy pequeñas.
Se
están dando buenas cortas de alfalfa, pero no por las aguas del invierno, (otro
tópico muy extendido), sino por los cincuenta litros de primeros de abril y, sobre todo, por la buena
temperatura de este recién acabado mes. Ello, los que hemos matado a los bichos
y a las malas hierbas con los correspondiente “cidas”. Imprescindible también
el rulo a la salida del invierno, para que, en la siega, los cantos no rompan
cuchillas. ¡Qué gozada! ayer mi hijo Álvaro, con mi relevo mientras comía, ocho
hectáreas de una tacada, sin una cabra.
A
los girasoles sembrados pronto, así que las parcelas iban consintiendo entrar,
se les va viendo desde el camino. Los que se están sembrando ahora como con el
laboreo para preparar hayan perdido el tempero, veremos como no llueva.
El
exceso de lluvia en invierno, además de pudrir semillas y plantas, por
escorrentía y filtración, se lleva los nutrientes, sobre todo el nitrógeno, tan
fácil de lixiviar; compacta los suelos, de ahí la mayor necesidad de lluvia
después en primavera; propicia la aparición de enfermedades: hongos e insectos.
En estos días hemos tenido que recorrer las parcelas con el “frus-fris”
(entiéndase fumigadora incorporación fungicidas e insecticidas).
Lo
anterior, a poco que uno ande por el campo, observe, se fije, lo sabemos de
toda la vida, pero cualquiera le discutía al sabio de barra lo de que “nunca por mucho llover es mal año”.
Como
diría otro de mi pueblo, es que -pa esto
del agua somos unos “groserazos” (entiéndase avariciosos). Les pasa como a Abundio, el de
Quintanilla, que llegaba el agua al nido de la cigüeña y decía: -¡va: cuatro gotas!
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