En la foto, la aupé para sentarse, Km. 235 de la carretera Madrid-Coruña, por donde paseábamos, se ve mi embeleso por Sarita. Ese era el motor de mi vida: trabajo y estudio, siempre con la ilusión de los esporádicos encuentros, siempre con la ilusión del matrimonio.
La economía de esta casa, los tíos Petra, David, y servidor, dependía de que en vendimias recogiéramos más o menos orujo, para poder destilar más o menos aguardiente. Eso requería mucho trabajo, que tío David, enfermo, no podía realizar. Todavía los autónomos ni siquiera podían pertenecer a la Seguridad Social. Por lo tanto, menos, cobrar subsidio alguno. Por eso, a partir de los 20 años, peché con la situación de aguardientero, contada anteriormente, que hacía compatible con ejercer, a temporadas de maestro interino, En Cerecinos, comencé, como he dicho. El curso siguiente, completo, menos los quince días de vendimias, que puse una sustituta, ejercí en Bustillo del Oro.
Me presenté a oposiciones, por primera vez, en 1965, sin, por culpa del trabajo, haberlas preparado. Me suspendieron.
En enero de 1966, acabada la destilación, como ya tenía algunos ahorros del escaso sueldo de interino, para pagar la pensión, me fui a dar clase a Zamora, con don Justo Caramés, calle Diego de Losada. preparador de opositores. Era, además, Director del Grupo Escolar, "Jacinto Benavente".
Me presenté en Valladolid. Saqué buena nota en el primer ejercicio. Era escrito. El más eliminatorio. El examen consistía en problemas matemáticos y análisis sintáctico gramatical. Pasé también el segundo ejercicio, que era oral. Ya sólo me faltaba el tercero, práctico, que era de trámite. Ahora, al repasar las cartas, marzo de aquel año, la ilusión con la que se lo contaba a Sarita, por entonces en Madrid, me da mucha pena.
Tuve la desgracia de agarrar, fue por Semana Santa, una bronconeumonía que me tuvo dos meses en la cama. Incluso me tuvieron que llevar a una clínica privada (mi tío tenía un seguro médico), la del Rosario, en Valladolid. Estuve malísimo. No pude presentarme a aquel tercer ejercicio. Quedé en los huesos y muy tocado el sistema nervioso, por la pérdida de una oposición que ya estaba sacada. Ese tercer ejercicio iba a ser pasada dicha Semana Santa. Como a quienes aprobaban las oposiciones no les daban escuela, en "propiedad provisional" hasta comienzo del nuevo curso, para lo que faltaba de aquel, último trimestre, pedí, y me dieron escuela interina en Cotanes del Monte. Sólo pude tomar posesión. Los interinos no teníamos Seguridad Social, ni nada, pero nos permitían poner a alguien que nos sustituyera. Por mí fue a Cotanes, Evencio Núñez.
En la convalecencia, aquel verano del triste "sesenta y seis", cuando Sarita regresó de Madrid (había que atropar las legumbres y ayudar en la era) me dio mucho ánimo. Pudo haberme dejado. Otro novio, aquí o en Madrid, o ponerse a trabajar. Pudo haberlo hecho en Marconi. Era incierto nuestro porvenir... ¡Dios mío, Dios mío! Siguió a mi lado. ¡Cómo no llorar ahora? Me sostuvo anímicamente. Así toda la vida.
Me fui reponiendo. Ya por julio comencé a trabajar. Del montón de orujo destilado que no habían llevado los pastores caliente, al salir de la caldera, para las ovejas, iba extendiendo porciones que ocupaban todo el corral, para que se secara. Una vez seco lo iba guardando. Todo a base de purridera, rastrillo, pala y carretillo. En la siguiente campaña de destilación suponía un importante ahorro en combustible, mezclado con carbón.
En aquellas vendimias del "sesenta y seis" , segundas con el tractorcillo, recogimos bastante orujo. Seguí en casa en los dos meses y pico que duró la destilación. Un obrero, a mi tío, le costaría más que yo ganaba de interino. Acabada la destilación, por marzo, o así, volví a la escuela. Una de Castroverde de Campos fue mi destino. Había tres clases de niños, tres de niñas y una de párvulos. Siete maestros/as. El Director, don Rafael Lorenzo Antúnez. Un tío elegante, natural de Toro.
Como tenía algunos ahorrillos, los del escaso sueldo de interino. Mi tío había vendido "bastante" aguardiente, pagado el tractor y ahorrado un poco; pudo pagar el humilde "banquete" nupcial, como teníamos donde cobijarnos, esta casa de mi tíos, que agradecían compañía, pues a casarnos: 17 de julio de 1967.
El curso siguiente, el del 67-68 lo pasé completo en las viejas escuelas de Villafáfila, donde ahora está "Adri-Palomares". Éramos también tres maestros: don Leopoldo Tejero, natural de ese pueblo, Antonio Cueto, tenía un Citroen 2 CV, su mujer, también maestra de niñas en otro edificio, pero en el mismo pueblo, y servidor. En las vendimias, durante dos semanas se hicieron cargo de mis alumnos para que yo pudiera recoger orujo.
Le Vespa resistió hasta noviembre. La carretera, a partir de Tapioles, era un pedregal de cantos machacados. Sólo la transitaban Antonio Martín, que recogía leche para queso en un pequeño camioneto, y Mateo, el tendero de Tapioles, con el carro. Necesitaba un coche.
Teníamos unos ahorrillos que no daban para un "Seiscientos" nuevo. ¡Qué error! Nos faltaba poco. Una pequeña financiación y, ya está. Pero no. Puede que traumatizado por las dificultades familiares de la infancia, he huido siempre de los préstamos.
Me ofrecieron un "Seiscientos" de segunda mano, "que estaba en muy buenas condiciones". Había sido coche de la Auto-Escuela Marcelino, (recuerdo el nombre del propietario: José-Luis Sagredo de Miguel) de Zamora, que tenía una filial aquí, al lado de mi casa. ¡Qué canallada! Estaba de pena, hasta las ruedas eran recauchutadas. ¿Cómo tuvo conciencia, uno del pueblo, para robar así a unos pobres muchachos que estaban empezando su vida, ahorrando perrica a perrica?
No se preocupen. Ya les contaré cómo fuimos remando, a brazo partido, para con la fuerza de nuestro amor, de nuestra capacidad intelectual y de trabajo, sortear tanto escollo.
Espero, deseo, que ese "Amor" tenga una continuidad en el más allá. Sarita fue un trocito de ese inmenso CIELO.
El remolque que sustituyó al carro. En él Marcial Modroño, el primo militar que he citado, y su familia. David agarra la cabezada del macho. Venían de los majuelos. Es el mismo remolque, con telerines, de la foto del tractor. Para eso faltaban dos años.
Aquellas vendimias del "sesenta y tres", las pasamos muy negras. El "macho" (mulo) era valiente y tirador, pero la yegua, casi no la ven, era pequeñaja. En las cuestas arriba, cuando lo cargábamos bien, se rendía. Ya no podían más los animalicos. Las odiseas mayores en la cuesta dentro del pueblo de Cerecinos, cuando regresábamos con mucha carga de San Esteban.
Era inútil arrearlos. La yeguica respondía con coces. Echaba el freno. Los dejaba descansar. Ponía una calza detrás de las ruedas traseras. Dejaba a uno de mis ayudantes, en el pescante, de arreador. Pedía ayuda a Martino, el carretero, y a alguien más que estaba en el taller, donde la cuesta. Y nos poníamos a empujar, al tiempo que arreábamos.
Así, a pechugones, íbamos subiendo la cuesta arriba. Cuando eran abajo, daba gusto, el remolque, a través de las retrancas, hacían trotar a las caballerías. Yo regulaba con el freno para no empujar tanto a los pobres animales.
¡Cuántas fatigas, Dios mío!
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