PELUSILLO.
Mi nena Pelusillo tiene 13 meses, dos negros plumíferos quiquiriquis, y “cuatro diminutas ferocidades”.
Como sus abuelos son Bolivianos por parte de padre y Paraguayos por parte de madre, la nena ha salido morocha, indiecita, mezcla de Quechua y Guaraní. Sí: de los Guaraníes evangelizados por el Villalpandino-Benaventano, Diego de Torres Bollo, los que habitaban en el XVI cerca de las cataratas del Iguazú, los de las Reducciones del Paraguay, aniquiladas en el XVIII por los Portugueses, episodios tan bien reflejados en la película La Misión.
Se llama Maire-Sofia, pero podría llamarse “Rayito de Luna”, “Lucero de la mañana”. Es una muñeca en la que el Creador se pasó poniéndole pelo, de ahí lo de Pelusillo: una mata negra, lacia, espesa, en la que su mamá le peina los plumíferos quiriquis, a los lados, arriba, en el moño,....; una mata que enmarca su rostro ovalado, su carita de tez morena, ojos negros achinados, naricilla recta, boquita de piñón.
Su mamá y ella nacieron en Argentina y, como la abuelita lleva casi dos años por aquí trabajando, han venido a su careo, buscando y encontrando una vida mejor.
Llegaron el Día de los Difuntos, ya tarde, pero ellas vienen llenas de vida. Vinieron a saludarnos al día siguiente. La casa llena de hijos y cuatro nietos, uno, el “Pepone”, un mesito mayor. Ella, no acostumbrada a tanta gente, a tanto alboroto, a despertar tanta atención, ponía cara asustadita, pero no arrancaba a llorar. Todos sentimos por ella mucha ternura. Sara, mi esposa, dijo: -“Mira que sufridita es, estoica como los de su raza”.
Todos los días voy a jugar con ella: “al pilla, pilla”. Gateo su tras y, cuando la pillo, le hago cosquillas, y suelta unas carcajaditas que me vuelven loco. La dejó descansar. Me escondo, asomo una mano, y ya va a provocarme para la nueva persecución.
Para serenarnos le doy papel y boli. Es un caso de grafía precoz: el primer niño de trece meses al que he visto capaz de trazar rayas en el papel y en la mano. Como es ambidiestra primero se embadurna la derecha y luego la otra.
Empieza a dar los primeros titubeantes pasitos, aunque con el gateo no tiene problema para desplazarse. Cuando marcho, aunque me ha dicho “chao” con la manina, me busca por el piso, y llora al no encontrarme.
Su mamá, educada en las Escuelas y Hogares de Fátima, la inmensa obra del Padre Leoncio, el cual ha sido nuestro contacto, poseedora de un título de grado medio, ha empezado, ya legal, ayer a trabajar. La abuelita está en Zamora. Arreglaremos su cuidado. De momento hoy, al acabar “esta carta” mañanera, la traeremos a casa y cuidaremos hasta las dos. Eso es hoy mi ilusión del día.
También es ilusionante, en ello pongo mi grano de trigo, repoblar los moribundos pueblos con gentes jóvenes, niños, de nuestra lengua, nuestra cultura, nuestra religión. Y más si tienen formación y cualidades humanas, como es el caso de la abuelita, la mamá, la amiga de la mamá, quien hoy ha despertado y arreglado a Maire.
Huyen de Soldati, inmenso suburbio del gran Buenos Aires, jungla humana en la que es difícil sobrevivir. Buscan realizarse como personas, ganándose la vida con el trabajo, inferior incluso a su cualificación, en esta sociedad nuestra, incomparablemente más justa, solidaria y próspera.
Les parece un sueño, procedentes de aquel mundo hostil, la acogida, el cariño el afecto que están recibiendo de las familias de sus empleadores, o de sus amigos, como la nuestra.
En “Pelusillo”, la nena encantadora, la pueril graffitera, manejadora del mando televiso, coco listo, visualizo mi esperanza en la sangre joven, savia que ha de regenerar el añoso tronco de la provincia zamorana, de Castilla y León.
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