SABIDURÍA POPULAR.
Estoy pasando algunas mañanas en pueblos de la comarca. Villanueva del Campo conserva toda la solera “terracampina”: aún se muestran dignos el adobe, el tapial, los ladrillos mudéjares en la joya de la torre de Santo Tomás, la casa de los Arrazola, de la Inquisición, en las casas de pequeñas labranzas. En alguna de las cuales el tiempo se ha detenido y ahí resisten la cuadra, pajar, panera, portalón, gallinero, horno, pocilga, bodega, pozo.
Me senté en un banco del jardín de la plaza mayor, la neoclásica y solemne mole del Salvador enfrente, dispuesto a compartirlo, leyendo el periódico, con un anciano solitario. Día de mercadillo, abundantes corrillos de pensionistas ocupaban los restantes.
El hombre cabibajo, la cacha entre las piernas sujetaba sus manos, sobre ellas el mentón; la gorra y chaqueta algo sebosas. Al poco de abierto el diario me mira triste.
-Si le molesto me voy.
-¡Qué va hombre. Todo lo contrario!.
- ¿De dónde es el amigo?
-De Villalpando.
-De ese pueblo tuve yo tres camaradas en la guerra, que ya se han muerto: Teofilo Ortega, que su padre era Caminero.
-¡Si hombre, le llamábamos “Aco”.
-Paco Cepeda, hijo de D. Lucas, y otro que su padre era el practicante.
-¡Claro!. Vive la mujer de Paco y los tres hijos en el pueblo. Y del Practicante, el señor Aniceto, ¿quién era de sus tres hijos?.
El hombre se rasca bajo la gorra y salta: -¡Isidro!, Isidro Cifuentes se llamaba. Nos ponía inyecciones en las trincheras y nos daba quinina pa las fiebres.
-¿Pero usted sería de las últimas quintas movilizadas?.
-Yo soy del cuarenta. Me llevaron a finales del 37, de 18 años. Nos tuvieron unos días en Zamora pa enseñarnos a manejar el fusil y las bombas, y a Somosierra, entre la nieve en pleno invierno. (Me recordaba una canción que allí cantaban)
-Yo era un crío cuando estalló la guerra. No tenía padre. Iba a acarrear con mi madre. Teníamos una labrancica de dos burros. Una mañana, sería a finales de agosto, oímos tiros. Enseguida se corrió la voz. “P’al Pozo Viejo han matao a uno de Villalpando”. Fui p’allí al día siguiente y vi el montón de tierra. Gente de aquí le había enterrao.
La noche del 19 de julio, cuando los falangista tomaron el pueblo, si los socialistas llegan a tener armas, se prepara muy gorda.
Me citaba nombres de unos y otros, a los que conocí, o a familiares.
-La cosa ya venía muy caliente de años atrás. Aquí los de izquierdas eran socialistas y se reunían en la casa del pueblo y querían el reparto. Y se metían con la religión. Decían que no había Dios. Uno, en la fragua se apostó: “Voy a estar media hora con la lengua fuera. Si hay Dios que me la corte”. Un Maestro decía a los niños: “pedid avellanas a Dios a ver si os las da”. Ahora pedírselas al Maestro. Las sacaba del bolso y las repartía. Le pusieron el “Maestro de las Avellanas”.
Unos mozos hicieron un palio con el pellejo de una mula muerta. El Cura, pa evitar la cencerronada y todas las gamberradas a hombrico y mejerica viudos que se iban a casar, lo quiso hacer en secreto en su casa. Le pillaron, a empujones le metieron bajo el palio y le llenaron de insultos, mofas y vejaciones.
Yo igual que digo una cosa digo otra: los pocos ricos vivían como reyes y explotaban al obrero.
Aquella noche, que era domingo, yo andaba por aquí con otros mocicos. Llegó un coche y bajaron algunos fusiles. Estaban encendidas todas las luces del Ayuntamiento, los de la camisa azul y otro con camisa blanca, que era de Acción Popular, lo habían tomado. Todos tenían armas. Habría 30 o 40 tíos, jóvenes la mayoría. También estaban reunidos los de la casa del pueblo pero sólo tenían una escopeta de caza y una pistola. ¡Si llegan a estar armaos, qué gorda se prepara!.
Me sigue contando y contando, con nombres y motes.
-En los dos bandos cada uno tenía su parte de razón. La cosa estaba muy mal y cada uno quería arreglarlo a su manera. ¡Si salvo los más ricos, todos estábamos mal!
Aquí mataron a doce, entre ellos al “Maestro de Las Avellanas” y a un Secretario que estaba separado de la mujer y tenía una querida. Pero si se hacen con el poder los otros también hubieran preparao buena escabechina.
A uno de aquellos le vendí , de cañuela, una fanega de trigo. “Ya te la pagaré”, cuando le reclamé la deuda me lo negó y sí tenía dinero. Si buenos y malos había en las dos partes.
¡Pues anda que, cuando unos años después de la guerra me pusieron 20 duros de multa por venir de acarrear un domingo.....!. ¿Pa esto estuve yo pegando tiros en el Ebro?, le dije al guarda.
El reloj del Salvador le recordó había de dar la comida a la mujer en silla de ruedas.
Me dejó reflexionando. Bella lección la del anciano: recordar la historia con objetividad, sin sectarismo de buenos y malos. Buen ejemplo de sabiduría popular.
NOTA. Lo anterior es transcripción resumida y auténtica de la tertulia, a la que deseo añadir algo que no conté.
Este hombre, apellidado Caramazana fue a un dentista hacer unos años, en Zamora. Le atrajo el apellido Cifuentes. ¡En efecto!: era hijo de su íntimo camarada Isidro. No tuvo que preguntarle. Eran muy parecidos. Le preguntó por su padre. Había fallecido. Se arrancó a llorar e hizo soltar lágrimas al galeno. Le intervino y no le quiso cobrar nada. Cuando volvió por Zamora le llevo dos hermosos conejos limpios y desollados.
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