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jueves, 17 de octubre de 2024

¿Cuántas gallinas o pavas cluecas harían falta?

            Cuando veo por la carretera a los camiones frigoríficos de COREN, PASCUAL, CAMPO FRÍO, etc.  cargados de pollos, de pavos, cuando voy a la carnicería y veo el pollo, el pavo (compro filetes en adobo, antes lo llamábamos "en zuza") que es lo más barato, por tanto de mayor consumo, toneladas y toneladas, pienso en el título, y recuerdo.                                            


          De niño mi abuela me encargaba de sacar los huevos, cuando ponían las gallinas, como mucho de febrero  ("Por San Antón el buen ave, pon"; "Por la Candelaría la buena y la mala") a agosto. No habían llegado todavía las "Legord" blancas ponedoras. Había de mil castas: blancas, negras, pedresas, de cogote pelao, rojas,...; no existían los piensos compuestos; un poco de cebada o avena, lo que escarbaban del muladar, en nuestra casa también del montón de orujo destilado, titos y hollejos... Importante también su labor de reciclado de lo vaciado del tubo digestivo humano. ¡Qué panzada se pegaron las gallinas del Sr. Antonio "Marcos", padre del "Nono", a cuenta Orson Welles, cuando fue a "tirar de pantalón" detrás del muladar!

      Los huevos eran un bien escaso: "Cuando seas padre comerás dos huevos". Nos sabían a gloria. En abril y mayo  cuando más ponían: "abril hueveril, mayo polleril". En el corral que más,  podría haber dos docenas de gallinas. Si sobraban de los fritos para la cena, de la tortilla o  de los cocidos, con aceitunas negras para la "merienda" en el campo, vendíamos a los gallineros de Villamayor. Llenaban cajas en paja y los llevaban con el carro a Valladolid.

     Estábamos por primavera siempre pendientes de si se ponía alguna gallina clueca. Ocurría al final de su periodo de puesta. La cloquera consistía en un aumento de la temperatura corporal de la gallina, y en el instinto de dar calor a los huevos para incubarlos. Cuando se quedaba quieta, todo el día en el nial, es que estaba clueca.

    Preparaba mi tía, en media talega, de alguna vieja, paja blanca bien mullida, y le ponía trece huevos, el número de San Antonio, 13 de junio. La metía en un cuarto oscuro y viejo, le ponía agua y comida y apuntaba en el calendario el día. A los veintiuno deberían empezar a salir los pollitos.

      No había más de un gallo, en cada corral, a no ser que hubiera 30 o más gallinas, de lo contrario no pararían de pelearse. Observábamos que fuera buen gallador. La homosexualidad también se da entre los animales. Por eso, al romperlos obervabáamos sin tenían galladura: los diminutos espermatozoides inyectados de forma precipitada.
       A propósito de esto, perdonen un inciso para contarles una anécdota, con todo el respeto al protagonista, muy querido amigo mío: buena persona, trabajador hasta dejarlo de sobra, inteligente y muy "salao", Domingo "Pajalarga". Su hija sabe cómo le acompañé, consolé y llore cuando su ausencia. Ahora lo recuerdo, con mucho cariño, en su faceta simpática.

     Domingo, ya jubilado de avicultor, empezó a dedicarse, además de a la huerta, al majuelo, a destilar dos botellas de aguardiente para hacer ponche,... a la cunicultura.

     En su "barraca", lo tenía todo muy bien organizado: cinco o seis conejas, cada una en su jaula, y el conejo padre, el sultán en el harén, bien alimentado. Pero empezó a hacerse viejo. Le quiso tonificar con salvados mojados en ponche. Anduvo buscando viagra para conejos, él no la necesitaba, pero no encontró.

    Él sabía que Palmira, "la Tachuelera", traído de no se sabe dónde un semental, había conseguido, a base de cruces, una raza de conejos gigantes, blancos con preciosos ojos color de vino.
   
    -¿No tendrás un conejo pa padre?
    -Pues tengo uno que lo quería guardar pa mí. Es una estampa. Pero si te hace mucha falta...
    -Depende lo que pidas por él.
    -Quinientas cincuenta pts. por ser pa ti, pa no bajarte ni un rial.
    Regateo. Al fin lo ajustaron en 500 pts.
    -Oye: que tengo seis conejas, paren todos los meses y va a tener mucho trabajo, a ver si cumple.
    -Ya quisieras tu "cumplir" como él
    -Si estás dispuesta te hago una demostración.
    -Anda  asqueroso, que los tíos siempre estáis igual.
 
     Prefiero, por no alargarlo, no entrar en pormenores de la decepción de Domingo cuando le llevó, al de los ojos color de vino, una coneja recién parida. La rehuía:  -¡Será zorra! Ésta lo sabía. Pues no me ha vendido pa padre un conejo... Me ahorro el calificativo para  no herir sensibilidades igualitarias.
 
     Volviendo a las gallinas: no sabe la gente de ahora porque César Lumbreras, en Agro Popular, al referirse a precios de pollos, huevos, gallinas, dice "el complejo erótico",  es por el dicho ese de "es más puta que las gallinas". 
    ¡Putas!: ¡pobres gallinas! Instinto maternal es lo que tienen, como todas las hembras de la naturaleza. Otra cosa es el gallo. Una potencia sexual que ni Juan Carlos. I Es capaz de dejar a una y coger a otra.
    Se acerca a la que ve quieta. Breve cortejo, rodeándola, extendiendo un ala con altanería y enchulándose.
    La anatomía de las aves no se presta a las múltiples posturas del coito humano, y de los monos: el perrito, el misionero, la cucharita, la amazona, el "69"... Entonces la hembra gallinar, para facilitar la monta, se acruca, extiende un poco las alas, de forma que el macho encuentra base para poner sus patas encima. Como el equilibrio es inestable, el coito es muy breve, el orgasmo incierto. Sin tiempo para la ternura, las caricias previas en las zonas erógenas: la nunca, pezones, besitos en cuello; descendiendo sin prisa..., ni siquiera las gallinas tienen punto G; no sigo; evito la obscenidad.

     ¡Pues eso! Antes de inventarse las incubadores, las razas gigantes, los piensos compuestos, los huevos, y más el pollo eran manjar de lujo, postín del menú de las bodas de los ricos en hoteles de la ciudad.



          En esa foto, colgada en el portal de esta casa, está la aristocracia villalpandina de principios del siglo XX: los únicos que comían pollo de vez en cuando: Mazos, Linaceros, Trabadillos, Álvarez, don Teodoro Núñez y alguno de sus hijos; cazando en la dehesa. Merece la pena ampliarla y verla con nitidez. La clase alta, los auténticos señoritos, cuando había tanta diferencia de clases sociales.

      


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