LA INMIGRACIÓN: NUEVA SAVIA PARA LOS PUEBLOS.
Anteayer, sábado, íbamos desde casa, “tapando la calle, que no pase nadie,.....” tres nenas de guardería, Inés, Asia y Maire, agarraditas entre sí de la mano, y en los extremos, el abuelo de la primera, servidor, y su papá, mi hijo. Detrás las tres madres.
Los papás de Asia son asturianos, y se han afincado en la villa. Maire es la indita “Pelusillo” de quien ya les he hablado. Llegó de Buenos Aires en noviembre con su mamá, al calor de la abuelita instalada aquí dos años antes, quien ahora cuida a un matrimonio anciano, él dependiente. Mamá trabaja en “La Cañada Real”, en la cocina. Es indita porque los abuelos son Paraguayos y Bolivianos, aborígenes.
Llegamos a la plaza. Un triciclo descabalgado fue la excusa para juntarse con otras dos amiguitas: María, la más moza, de 3 años, y Jimena de uno y medio. De madre mulata dominicana y padre solariego, han heredado un precioso mestizaje: tez blanca, ojazos negros, pelo ensortijado. Las cuidaba, es un decir, el hermano mayor, Víctor. Andará por los nueve años. Preciosos negrito de vivos ojos como platos, y caracolillos, más listo que el hambre. Jugaba al fútbol con un gitanillo adolescente. En las fiestas de agosto ganó el premio a la mejor faena con la vaquilla infantil. Duda entre ser figura del toro o del balompié. ¡Mira que si de pueblo tan antiguo saliera un torero negro!. (Aclaración: lo de negro, gitano, india no posee ningún matiz peyorativo, sino mi afán de, como diría Julián Cachón, dejándonos de coñas marineras, llamar a las cosas por su precioso y preciso nombre).
Correteaban alegres estrenando las nuevas losas de plaza vieja, siete niños de tan distintas procedencias, razas, colores. Teniendo mucho que ver con el asentamiento de algunos, al ver ese embrión de “alianza de civilizaciones”, ZP dixit, me sentí feliz.
En la cafetería de la plaza, el Bar “Torti”, o Ideal, de toda la vida, tras la barra pone “cortos”, “cañas”, “cubatas” y simpatía, con su acento criollo, escapado de tango de Gardel, Carolina, preciosa Paraguayo-Argentina de 22 años, acogida e integrada en el pueblo, y en la familia de los dueños como una hija más. Hace un mes ha llegado su hermano mocetón afable, educado, trabajador, y cualificado. Algunos días nos ayuda en el trabajo de casa, Certifico sus buenas cualidades. Tiene todos los carnés de conducir. Llama a todos los anuncios. Estaría ya trabajando si “tuviera papeles”.
En el pueblo hay una colonia de unos sesenta búlgaros, rumanos, algún boliviano. Están consiguiendo que haya aumentado el depauperado censo, y la matrícula en Primaria y Secundaria.
Hace años que lo venimos advirtiendo: la despoblación rural sólo se puede mitigar con inmigrantes, gente joven, nueva savia que regenere el añoso tronco de la envejecida población.
En estos momentos, inmersos en la comenzada crisis, en las oficinas de extranjería es casi imposible conseguir permisos de residencia. Se están adoptando medidas para que los inmigrantes en paro, lo cobren todo de golpe y regresen a su país.
Mi grito ahora es: DIFERENCIEMOS LA INMIGRACIÓN URBANA Y LA RURAL. En las ciudades puede que sobren, EN LOS PUEBLOS SIGUEN HACIENDO FALTA.
Otro desajuste quiero señalar. La desventaja entre los europeos comunitarios y los hispano-americanos.. Los primeros pueden llegar libremente y quedarse sin imperiosa fecha de regreso. A los Argentinos los obligan a sacar billete de venida y vuelta. A otros hispanos, si no es con permiso de residencia, ya ni los dejan llegar.
Puestos a escoger mejor sería repoblar con centro-sudamericanos o, al menos, tuvieran las mismas facilidades. Los “papeles” comienzan por una solicitud de permiso de residencia y una oferta de empleo, ambos presentados por el empleador. ¡Pues bien!: ¿Quién se va a comprometer a ofertar trabajo a un desconocido/a?. Otra cosa cuando están acá, los ven, conocen, prueban. Pero tienen otro inconveniente: han de regresar a su país a por el visado.
Conclusión: se debería facilitar el asentamiento de inmigrantes en los pueblos, mejor los de nuestra lengua y costumbres. Que bastara una oferta de empleo para concederles el permiso de residencia.
Mi amigo Moncho tiene el billete de vuelta para dentro de poco más de un mes, para quedarse allá, teniendo trabajo acá si tuviera papeles. Tentado está con ese cuerpazo a “trabajar” en el oficio más nuevo del mundo, donde ningún inspector le iba a pillar. ¡Una pena perder a un muchacho de 25 años, lleno de vitalidad, vida y proyectos...!.
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