martes, 27 de noviembre de 2012

MELECIO MANSILLA LUNA.


               

                                      MELECIO MANSILLA LUNA.
                                 Me acaba de llamar Tomás, su hijo pequeño: “Se ha muerto mi padre”. Hace veinte días le había dado un ictus cerebral. Hasta los robles se mueren. Le faltaba poco para cumplir los 101 años. Había nacido en Villalpando el 4 de diciembre de 1911. Hijo de Tomás Mansilla y de Matea Luna Alarma. A su hermano mayor le llamaban “Rayo”, también por delante de él iba la señora Matilde “La Hornera”. Recuerdo a otra hermana menor apodada  “Cuca”.

                                  Melecio fue en Villalpando una persona singular. Como homenaje no se me ocurre nada mejor que copiar un relato inspirado en su vida.

                                Advierto que, aunque la trama principal se corresponde con la peripecia vital de Melecio,  (los sucesos de la guerra, aunque algo esté novelado, es fiel a lo ocurrido. El fusilamiento de su madre, su ayuda a Laureano y la intervención del Sr. Luciano para liberarle son pura verdad), hay otras situaciones contadas que son licencias literarias. Por ej., lo amoroso. Meleció ya estaba casado con Melititna, cuando estalló la guerra. Su hija mayor Lucia, nació en el 36, Mele en el 41, luego otras dos chicas, al final, 21 años después que la mayor, vino al mundo, a dar guerra, Tomás, y a cuidar a su padre cuando le correspondía, a leerle, lo del blog de Modroño, o los libros, contarle cosas del pueblo. Esta última crónica ya no se la podrá leer. Queremos le sirva de homenaje. El funeral será mañana, día 28 de Noviembre, sobre a las doce horas en la Iglesia de San Nicolás.

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                      BIOGRAFÍA NOVELADA DE MELECIO. “El viejo miliciano”. Escrita en 1999.

                                   - Al morir mi compañera, jubilado y emigrados todos los hijos, me fui con ellos al Norte, pero no  perdía el careo del pueblo. Todos los años regresaba por la fiesta. En el 99 una trifulca, en la capea, me hizo ver que los odios seguían latentes. Me dio pena y huí de aquella tensión en la plaza. De vuelta de tanta violencia inútil, conseguida con los  perdones la paz interior, disfrutando en la madurez (no quiero decir senectud)  de cada día que amanece, me alejé del tumulto, caminé hasta el parque buscando soledad, me senté en el pretil. Mis manos sobre el bastón y sobre ellas la barbilla. Cerré los ojos y me asaltaron las dudas de siempre:

                          Necesariamente ha de ser el hombre lobo para el hombre....?. No podemos librarnos de la agresividad hija de la soberbia.....?.  Ha de ser  la ira sin sentido más fuerte que la tolerancia y la compasión.....?.

                          De las cavilaciones me sacó mi cuñada  Remedios, “La Toba”, la hermana pequeña de Laureano, mi salvador. Me palmeó en el hombro:
            -¡Chacho!, ¡que te duermes!.- , alcé la vista, me incorporé abriéndole los brazos.
            -¿Cómo estás? ¡Qué bien te veo!.- Nos abrazamos. Ella había llegado el día antes
                       -¡Anda que tú, bribón, ¡cómo te conservas!-
                       - De cuerpo regular, pero mientras la cabeza funcione…     
                  Después de ponernos al día sobre hijos, nietos, bisnietos, compartimos recuerdos y  reflexiones:

                         Su hermano Laureano era quinto del 37, yo del 32. Muy joven empezó a despuntar como jugador de pelota. Yo necesitaba un zurdo pa la raya de la izquierda. El tío “Rebulle” ya pasaba, con mucho, los cuarenta y estaba muy zurrao de la azada y la mancera. Empezábamos a  dejar  de ser los mejores del pueblo y del contorno. Aquí ya nos ganaba la pareja de “Miseria” y “Canalejas” y en Tapioles , “Simines” y  “Leo”. Él mismo me lo dijo: “yo me retiro, coge al muchacho del Tobo, que es el que más despunta. Le enseñas a colocarse, a manejar las muñecas y a pegar con la derecha (de izquierda ya tiene un golpe terrible) y no habrá quien os gane”.

                      Ya de antes, empezaba a tener amistad con el muchacho. Coincidíamos en el campo, sobre todo en el tiempo bajo, yo alumbrando cepas a jornal, él con las ovejas del hatajico familiar, pastando en  los entremajuelos. A los dos nos gustaba la lectura. Intercambiábamos libros. Los míos de “La Casa del pueblo”, los suyos del Sindicato Agrario Católico, del que su padre había sido cofundador.  A veces pasaban cazando los señoritos con sus caballos o veíamos a viejicos, que ya no servían para cavar, apañando gramas pa los conejos con los que intentaban subsistir o a viejicas cargadas con el haz de leña en la cabeza de la dehesa al pueblo. Luego lo revendían por las casas.

                            Un día comentábamos   el parto de  la criada de los “Polleros” y la criatura, de un hijo del ama , al hospicio. Otro la muerte de “Cacalo” en una cuneta, cuando regresaba de pedir.
                        Todas aquellas muestras de sociedad tan injusta nos revolvían el estómago. No podíamos quedarnos quietos. Habíamos los jóvenes de cambiar aquello con la razón y la justicia.

                         Él pensaba que la solución estaba en aplicar la doctrina social de la iglesia. A mi me tenían chiflado las teorías socialistas. Mi idealismo me hacía pensar en la bondad del corazón humano y comulgaba con el lema de que “cada uno  aporte a la sociedad el trabajo que pueda y reciba de la sociedad lo que necesite”.. De la iglesia me consolaba el ejemplo de algunos  curas más pobres que yo, pero me descorazonaba que el predicador de Semana Santa ganara en unos días, que se lo pagaba el Ayuntamiento, más que los jornales de toda  mi familia en un año.

                      Los dos coincidíamos en la necesidad de una revolución, pero incruenta. No nos servía el ejemplo de la guillotina en la Francesa, ni los fusilamientos en la Rusa. En la familia habíamos mamado el amor a la paz por el cariño de la madre,  que siempre ponía amor en las discordias. En el ejemplo de los padres que, cuando escaseaba la comida, ellos eran los más remolones en menudear con la cuchara en la tartera común, y la rabia del amargor de la injusticia la descargábamos en el frontón dándole porrazos a la pelota de forro de gato y en la ternura de la muchacha a la que amábamos. Queríamos el diálogo  y no la guerra. ¡Pero cualquiera les apeaba del machito a los acomodados que, cuando el trabajo era tan duro, vivían sin trabajar, cuando el alimento escaso, ellos lo tenían abundante; que cuando vestíamos con remiendos, ellos llevaban corbata y no les faltaban ni medicinas, ni vicios.
                                El verano del 35, yo lo había hecho en casa  de “La Maragata”. Habíamos costaleado la buena senara en la panera del mesón, que daba pa la era, en las afueras del pueblo. Llegado enero del 36, en la enfermedad de padre habíamos gastado las soldadas de los hermanos pues, pasada la sementera del 35, ya no tuvimos jornales. En casa faltaba el pan.

                             Una noche nos juntamos tres amigos. Uno de ellos tenía burro. Cogimos cada uno el costal de la respiga. Forzamos la puerta y los mediamos en la panera de “La Maragata”, que seguía repleta, esperando que el hambre forzara la subida del trigo. Nos lo repartimos. A mí me tocó más porque en mi casa había más necesidad.

                                Actuó la guardia de inmediato. Las huellas de un burro de pobres, sin herrar, en la era blanda por las lluvias y en el camino, dieron muchas pistas. Nos llamaron al Cuartel. El vergajo nos hizo  “confesar”. Cuando salió el juicio, ya había ganado el Frente Popular. Yo alegué necesidad y me hice reo, exculpando a los dos amigos. Me cayó  condena de un año. Me llevaron a cumplirla a la prisión de Carabanchel.

                              Laureano, a primeros de aquel año, se incorporó voluntario al ejército, al arma de aviación, con la esperanza de huir del pastoreo y del ordeño, de los soles, los cierzos, del “burgalés” que sarea rostros y campiñas, de dormir  al raso,  de comer migas con sebo. Lo destinaron al aeródromo de Getafe.

                               Sublevados los fascistas, al día siguiente me pusieron en libertad. Me dieron un fusil y me alisté  en la primera columna de milicianos que salió a  cortar el paso a los falangistas castellanos en el Alto del León. ¡Cuántos muchachos cayeron, hijos de pequeños labradores estrujados por las rentas de los terratenientes, casi tan siervos de la gleba como nosotros los jornaleros....!. ¡Claro que la zarracina no fue menor entre los nuestros....!., muchachos urbanos de la fábrica y el ladrillo,  que en el campo andaban perdidos.

                                       El gobierno de la Republica enseguida echó mano del ejército regular no sublevado, y a mi zurdo compañero de pelota también lo llevaron al Guadarrama.

                                       Los de la era y la besana, los hijos de la estepa apretaban como fieras y nos hacían recular. Los “míos” de Madrid eran más blandos. En la retirada  íbamos dejando muertos, pero procurábamos no dejar heridos. Yo era enjuto, hebrudo, duro como un rayo, muy aclimatado a la sed y los calores, a la frugalidad y al trabajo. Mis energías, incansables en aquellos días de julio y agosto, las empleaba más en salvar  que en matar. Cuando caía la noche recorría la zona de nadie, entre pinos, en la ladera de la sierra atento a los ayes, a jadeos lastimeros. No sé a cuantos socorrí, más de uno murió en mis brazos.

                                     Una noche, aquel día habían sacudido duro, salí a hacer la ronda. Mis pisadas en la tamuja le hicieron recobrar la semiinconsciencia. Mi pañuelo rojo le aseguró era de los “suyos”. Su uniforme de aviador lo camuflaba en la maleza. Al acercarme sólo tuvo fuerzas para, al reconocerme, exclamar: -¡¡¡¡amigo!!!!-.

                                   ¡Dios mío!: si era Laureano, el de mi pueblo, el pastor, mi zurdo compañero de pelota. ¡Lo iba a dejar morir con 19 años....!. Me lo eché al hombro. Conseguí llegar al hospital de campaña en el sanatorio antituberculoso. Le sacaron la metralla de las piernas, pero apenas si le quedaba sangre. El mismísimo doctor Negrín preguntó. -¿alguien quiere prestar su sangre al compañero....?.  Me remangué la camisa y  le ofrecí mi brazo. Me senté al  lado de la camilla.

                             Conectaron mi arteria a su vena. La mía roja entraba en la suya azul y le daba vida. Sus ojos se abrieron y me sonrió.

                               Curado, le dieron permiso, pero no pudo volver a casac el pueblo había quedado en la zona nacional. Unas milicianas paisanas, “las Pradeñas”, que servían en Madrid, le dieron albergue en “su casa”, un palacete abandonado por sus dueños el día antes de empezar los tiros. Recuperado se incorporó a mi lado en la defensa de la capital con el frente establecido cerca de la Ciudad Universitaria,  y nuestra amistad  llegó al extremo de la absoluta fraternidad. Éramos los primeros cavando trincheras, retirando heridos, defendiendo la posición, disparando sin odio. Sabíamos que del otro lado había ¡tantos muchachos del pueblo!.......... Nuestra idea del diálogo había fracasado. ¡Eran tan irreconciliables las posturas.......!. Estábamos inmersos en una guerra que no queríamos.

                                    Él seguía amando los valores tradicionales: la familia, la  propiedad privada, sobre todo la pequeña, siempre que cumpliera una función social, la religión,..... . Estaba convencido que, aunque el gobierno de la República consiguiera derrotar la sublevación, no se iba a reinstaurar la democracia burguesa, sino la “dictadura del proletariado”, el Comunismo Soviético, y eso iba contra sus convicciones profundas. Coincidíamos en el afán de progreso y de justicia social. Yo me temía que de triunfar los facciosos iban a aplastar las libertades, a mantener los privilegios de los ricos, para lo que se estaban matando los de las pequeñas clases medias,  casi tan proletarios como nosotros.

                                       Una noche de aquel lluvioso mes de noviembre,  me despidió. Sabía que no le iba a delatar. No le puede convencer. Disimulamos nuestro cuchicheo en la trinchera ante la ronda de un Comisario. Cuando los altavoces del otro lado comenzaron su prédica, apeó el fusil, se apartó alegando necesidad fisiológica, reptó entre charcos y matorrales, esquivó ráfagas, respondió al alto del centinela con un:               -¡No dispares que soy de los vuestros!-. Llegó a las trincheras del otro lado. Encontró a algunos del pueblo, ya movilizados por la fuerza, que le sirvieron de salvaguardia. Escribió a casa. Contó lo sucedido, y cómo yo le había salvado la vida. Sus padres llevaron a los míos el primer queso de la paridera de aquel invierno.

                                  La guerra siguió su curso trágico. Por otro del pueblo me llega la noticia de que han fusilado a mi madre. Aquello me enrabietó más, pero no caí en la tentación de la represalia. Yo ponía mis dotes físicas y humanas al servicio de los demás. No escatimaba esfuerzos. Resulta que tenía cualidades de organizador. Los mandos se fijaron en ello y me fueron ascendiendo de categoría. Llegué a ser Teniente del Ejercito Republicano.

                             A Laureano a la segunda ya no le pude librar. Cayó en el frente de Aragón. Sus padres consiguieron llevarlo a enterrar al pueblo. Los míos también le velaron.

                        No quise huir en avión, al exilio. ¿Por qué? Si yo tenía las manos limpias de sangre si no había querido aquella guerra, si no odiaba a los “vencedores”, entre los que había tantos “Laureanos”. Me entregué en Madrid. Me hicieron prisionero. Pensé serían unos días, pero se pasaron unos meses, temiendo ser “llamado” cada madrugada, por  “culpa” de aquellas estrellas en la bocamanga.

                         Y lo fui, pero a media mañana: El tío Tobo que tenía la “gloria” de un hijo “caído”, uno de los veinte que pusieron en la fachada de la iglesia, lo había conseguido. Nada más, por mi padre,  saber de mi paradero habló con el Alcalde, éste fue a la capital y tocó todos los palillos. Mi principal credencial haber salvador a mi zurdo compañero de pelota.

                              Aquella llamada era para darme  el salvoconducto y un billete de cinco duros.

                                Cogí el tren hasta Zamora. Me ahorré lo del coche de línea hasta el pueblo, pensaba marchar andando, ¡total once leguas....!, pero tuve suerte: en la estación estaba el carromatero Bernardo Sampedro.

                                    Las diez horas de traqueteo, muchos tramos los hacíamos andando, dieron todo de sí. Primero  escuchó  mi peripecia. Vio que volvía sin odio, los acumulados en la cárcel se habían disipado con la libertad, y, a la vez con esperanza y temor. Me tranquilizó:

                                     -Ahora el que manda es “Cobera”, (era un  hombre joven que araba algunas tierras propias y otras en  colonia, con su par de mulas, que vivía de su trabajo). Le hicieron alcalde en el 37 y, desde aquel día, se acabaron las detenciones. –“Ha puesto a raya a los señoritos. Todo lo más que hayas de ir a Misa los domingos.

                               Su relato confirmó el horror que suponía y del que tenía noticias confusas: Además de a mi madre, habían fusilado a Mecos, Garibaldes, Manojos, Gatos, Julia “la Baldomera”,  a Froilán esterero, que era un santo........ . Los contamos: veintisiete en total  De los que llevaron al frente, veinte no volvieron vivos:  Un muchacho del aguardientero, un “Lenteja”, un “Lizondo”, un “Lagunero”, hijo de la señá “Ustaquia”..... Laureano “El Tobo”, mi zurdo compañero de pelota,....... .

                                ¡Cuántos  sin regreso, que ya no se henchían  del azul, ni de los trigos cereños, de los barbechos en tercia, de las torres de sus pueblos a lo lejos, de las cebadas pidiendo la hoz....! ¡Cuántas caricias de madre, de novia, cuántas charlas de amigos perdidas...!. ¡Cuántos pulmones cerrados a ese aire con olor a mies, a tierra, a nube que me reconfortaba....!

                                 Llegamos entre dos luces. En tres años  y medio el pueblo, las casas, las calles, seguían igual. Sólo ranas y grillos querían romper el silencio de la resaca de la borrachera de odios. Rodeé por las afueras para no encontrarme con  alguien. Padre,  recién llegado de regar con el cigüeñal  el cacho huerta, gracias a la cual subsistieron, descansaba en el poyo del corral, mi hermana repartía el  “cogido”  entre el marrano, las gallinas y conejas.

                               “Cuca”, al verme, miró al cielo y exclamó: -¡gracias  Señor!. Su abrazo quería ser infinito.  Extenuados  de lágrimas sus ojos, sólo sabía decir, ¡para qué más!,:  ¡¡¡MATARON A MADRE, MATARON A MADRE!!!!.. Padre extendió sus brazos sobre ambos.

                             Aquellos huevos, fritos con unos palos en la lumbre, aquel chorizo que madre guardaba para nuestra vuelta, aquel pan de varios días, la lechuga del huerto,... aquélla cena con mis padres, fueron un manjar del cielo, reconfortaron mi cuerpo y mi alma.

                             Lo primero, al día siguiente, la visita a los padres de Laureano. Estaban abatidos. Era el único varón. Le seguían tres hermanas:   -“ya sé que no le puedo suplir, pero me ofrezco como su segundo hijo....”.

                                 En los días que faltaban hasta la feria, puse con mi padre, la huerta en orden. Por la noche salía al fresco y, en la vecindad, fui bien acogido. No andaba por el pueblo, evitaba los encuentros, pero si los había daba el pésame sincero a los unos y a los otros. Rehuía encontrarme con los que confeccionaron las  “listas”, en las que metieron a madre, pero si ocurría, ni ellos demostraban altivez, ni yo miedo. Más que mi odio, tenían mi desprecio.

                               Salí a la plaza el 21 de junio. Aquel año volvió a celebrarse la feria, sin fiestas. La vida seguía. La recolección, encima. Era necesario ajustar agosteros, reponer algún trillo, tornaderas, redes o bieldos. Tuve varias ofertas. Aún recordaban mi fama de buen trabajador. Entre los cincuenta muertos, los encarcelados, y los no licenciados, escaseaban los braceros. Ninguno de los manchados se atrevió a acercarse a mí. Me ajusté a mantenido, por cien duros los 90, días en casa de “La Viuda”. Ya había trabajado en el 34 con su marido “Candidín”. Trataba muy bien a los obreros. Si caían malos les daban leche y les pagaba igual al jornal. A los mozos de año de toda la vida en su casa, cuando ya no valían, si no se habían muerto, los entretenía de serviciales, para que no les faltara la comida.

                                     Cuatro mozos y cuatro agosteros hicimos aquel verano, casi todos recién licenciados. No nos faltaban las discusiones y bromas de las que yo era la agradable víctima: A mi sólo me quedaba lo de Guadalajara que, además, los de enfrente eran italianos, pero menudo cachondeíto con lo de “no pasarán”. El trabajo era alegre, redentor. ¡Había tanto niño, tanta mujer, tanto anciano esperando ese pan que recolectábamos...!. La relación entre amos,  criados, criadas, cachicanes,  era fraterna y la alegría indisimulada.  A mí empezaron a llamarme “Capitán”. Me ascendieron de categoría.

                                Cuatro fiestas en los noventa días: el 18 de julio, hubo un acuerdo tácito entre los no adeptos. Ninguno fuimos a cantar “El Cara al Sol”. Cobera aplacó a los exaltados: -“¿ qué queréis?. ¿fusilar a medio pueblo?. Ya hemos vencido, ahora hemos de convencer. Es la hora de la reconciliación”.  Alguno sí fue a Misa el día de Santiago. El día de la Virgen y siguiente las vacas volvieron a correr  por La Solana y las muchachas, no de luto, fueron a la plaza.

                                   Acabado el verano  seguí de lagarero y sementerero. En el invierno anduve a la piedra.
                                      El día  de Nochebuena, puesto que no me obligaban, decidí ir a Misa del Gallo. Mi madre nos llevaba de niños. Además el mensaje  de paz del hijo de María y el Carpintero, ¡sintonizaba tanto con mi estado de ánimo.........!.

                                        Cuando volvía de adorar al Niño (el Cura al dármelo a besar me había sonreído), descubrí  lo más bonito de mi vida: el rostro, los ojos, la sonrisa de Rosario-

                                            Era la mayor de las tres hermanas de Laureano, la que le seguía. En los cuatro años había pasado de niña a mujer. Había madurado como espiga sin argaña. Su dulzura realzaba su belleza pálida. En el 37 marchó a curar heridos de los frentes. Recién había llegado.

                                          Al día siguiente se abrió el baile y, aunque de alivio, fue, con las amigas. Al enlazarnos para bailar, aun curtidos por una guerra, éramos dos niños temblorosos. ¡Con qué ganas se hubiera refugiado a llorar sobre mi pecho....! En el baile no lo hizo, pero sí al salir en el primer rincón que encontramos.

                                     A sus padres se les abrió el cielo con nuestro noviazgo. Despreciaron el comentario de la vecina sobre que yo era de menos categoría por ser jornalero y ella pastora. Nos casamos a la primavera siguiente. Suplí al hijo que les faltaba.

                                   Desde febrero yo trabajaba en la huerta de “Lentes”, en Villamayor. Era grande. Estaba a la entrada del pueblo, tenía noria y muchos frutales;  una casa, sombreada por parras la portalada, con pocilga, gallinero, cuadra, tenada y un cacho corral. La habíamos adecentado. La ocupamos al día siguiente de la boda. Nos prestaron un carro para llevar los cuatro enseres. La fuimos llenando de amor, de ternura y de hijos.

                              El jornal era escaso, pero teníamos asegurada la vivienda, la lumbre con los palos de la poda y los restos secos de la huerta, la luz, el agua de la poza y las viandas: hortalizas y fruta en abundancia, el marrano, gallinas, conejos y una cabra que ayudaba a Rosario en las lactancias. A los mendigos que llegaban por allí no les faltaba la limosna, un poco de sombra y un vaso de agua fresca, o el calor de nuestra lumbre..

                                Nos integramos en el pueblo. Del nuestro llegó el apodo de Capitán. Los niños iban a la escuela. Yo volví a jugar a la pelota y después a la chana. Así que pude compré una radio que cogía la emisora de París y la Pirenaica, por la noche bajico y sin  peligro porque vivíamos fuera del pueblo. ¡Cuánta alegría la derrota de los Nazis...!, como después, vista su trayectoria, la caída del Comunismo. El Maestro nos dejaba libros que, como todo, Rosario y yo compartíamos.

                                    Entre todos levantamos a España de la ruina. Fuimos consiguiendo las conquistas sociales y, por fin llegó la democracia. Mi idea de que cada uno trabaje lo que pueda y reciba lo que necesite, casi es una realidad en este estado de derecho.

                                       La perdida de Rosario, joven aún, fue un desgarro en mi  vida. El cariño de los hijos la ha compensado, pero, como todos emigraron, al verme tan solo, fui con ellos al País Vasco. A mi nietico mayor, Guardia Civil, allí lo asesinaron.... .Su muerte, el hachazo irracional de “la culebra”, no la he superado. Son una lacra pestilente en el océano de paz de mi vida. Esa barbarie, esa sinrazón, afianza más mis ansias de paz. ¿Conocerán ellos la dulzura de nuestra vida  pacífica en la huerta de “Lentes”....?

                                  En aquella charla con Remedios, la pequeña de mis cuñadas, “arreglamos el mundo”, para buscar la paz que ha de ser hija de la justicia, nosotros, los del primero, deberíamos vivir con un poco más de austeridad; privándonos de lo que derrochamos contribuiríamos a  un orden social mundial más justo y a no destruir el planeta.  Unos ciudadanos bien informados, éticos, coherentes, no consumistas, acabarían con los grupos de poder, que hoy son los económicos y los medios de comunicación. Que todo el poder, basado en la razón y la justicia, dimane del pueblo, que prácticamente de acuerdo los partidos en el modelo económico social,  elegirá a unos gobernantes limpios y honrados, siendo esos criterios éticos y de eficacia de gestión el aval de su elección, en ese Estado liberal social.

                                   Remedios, antes de enviudar, arregló y conserva la casa de sus padres. Es diez años más joven. Se vale bien y yo no estoy achacoso. Después de la fiesta decidimos juntar, en el último tramo, nuestras vidas y nos hemos quedado en el pueblo. Aquí se saborean mejor los recuerdos y las nostalgias.

                               Repican las cantarinas campanas  de las Monjas. Vuelve a ser Nochebuena. Ni sé cuántas van ya.  La Iglesia está cerca. Nos abrigaremos. Remedios y yo volveremos a la Misa del Gallo del dos mil, que me hará revivir la del 39, la de Rosario.. El mensaje del Niño ¡es tan coincidente con lo que mamé en el hogar!.  Su Sermón de la Montaña, ¡tan coincidente con lo que ha querido ser mi vida.....!.

                              ¡Además!, el autor de una Doctrina tan fraternal,, ¿por qué no puede ser Divino? Y ¡qué sentido tiene esta vida si no....!. y, ¿por qué no, cuando se cierren mis ojos a está luz, no puede aparecer Él radiante,  tras el túnel de la muerte, acogiéndonos en la infinita Paz......?.

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                  P.D.- Espero esté gozando de esa paz.








            

                                     

jueves, 22 de noviembre de 2012

ABSURDAS ACTUACIONES MUNICIPALES.


       ,

No se pueda decir que no haya sido crítico con ciertas decisiones municipales, sin por ello dejar de elogiar lo elogiable, incluso defender lo defendible.

         Desde esa independencia (que no se alegren los residuos del antiguo régimen, que no hay nada personal contra el equipo de gobierno), ahora, cuando he visto el inicio del tapiado del solar de la antigua casa de Goyo "El Cacharrero", he puesto el grito en el cielo. ¡Ya está bien de gilipolleces!.  ¡Con lo bonito que eso estaba al aire libre!, limpio de escombros y ruinas….!

            ¿A quién molestaba, perjudicaba hacía daño que ese y otros solares no estén tapiados?. Ocurría todo lo contrario: a las casas de enfrente les daba más sol, el tránsito por esas calles estrechas se hacía más fácil. Era un estupendo aparcamiento, con lo que se impedían las malas hierbas. Un estupendo espacio gratuito para muchos usuarios. Y a los dueños se les evitaba el estúpido y tonto gasto en  tapiarlo.

            Más de un vecino, y todos los profesionales de la construcción me comentan: si parece que en lugar de dar facilidades a la gente para que arregle, construya, se instale en el pueblo, andan buscando lo contrario: la forma de poner obstáculos, sacar dinero, fastidiar, sin ninguna ventaja para el bien común.

            Con lo estrechicas que son las calles de este pueblo, ¡qué manía con obligar a levantar tapias!. En cambio hacen la vista gorda con las que amenazan ruina en el centro del pueblo, sujetas por cacho dereja; hacen la vista gorda a ruinas de toda la vida, que perjudican a vecinos (no quiero señalar pero todavía unas cuantas quedan), hacen la vista gorda a un edificio  en estado ruinoso que, aunque tengan una pared nueva, la otra y el tejado son un peligro, en el centro del pueblo.

            ¡Con lo bonitos que son los espacios abiertos!. ¿A quién molesta que tantas antiguas eras, herrenales (“reñales”), tierras pegando al pueblo, catalogadas en el PGOU como solares estén sin tapiar?. Si los dueños quieren, por conveniencia, cercar eras, ¡pues bueno!. ¡Más bonito cuando en todas podíamos jugar al fútbol!, pero si prefieren tenerlo así, mejor para todos, incluso prestan una utilidad pública. Me refiero a los  solares de Berrabueyes, Cercas de San María; carretera de Rioseco, eras de Carretera de Quintanilla, tierras de carretera de Zamora. Encima de pagar IBI urbano por tierras de labor, ¡qué les obliguen a cercar la mitad de la parcela….!.

            Les aseguro que si fuera propietario de uno de esos solares no me iban a obligar a tapiar, si no quería. Por lo tanto, a los valientes, llamo a la insumisión. A una “obligación” absurda, ¡ni puto caso!.

            No sé si nuestro ediles, y edilas se han contagiado  del “chovinismo de las pretendidas "glorias pretéritas” /en que aquellos sus soldados / luchando por causas buenas / le dieron honor a España / y a la villa su grandeza”   (qué risa), y ello les ciega la visión de la realidad: un  pueblito de 1.500 h. desconocido en cuanto pasas más allá de Valladolid. Y así con ínfulas de gran urbe, toman  medidas  “ad hoc”: los absurdos tapiados y las PEATONALES.

            Y ya que estamos en ello no me retracto, ahora que está terminada, de cómo afea a la preciosa restauración la tan criticada, y por ello famosa, PASARELA  de la puerta villa. ¡Una birría!. Todavía a ras de suelo y con canto rodado…¡pues bien!.

            La peatonalización de la plaza, a diario, en invierno es otra medida de delirios de grandeza. Como el muerto de hambre, que para darse pote, salía a la calle con un mondadientes. Igual de vacia tenía la barriga, que desértica está nuestra plaza. Una medida que no hace sino crear perjuicio e incomodidad. Y lo que más me fastidia es que ni hayan respondido a todas las firmas que se recogieron pidiendo se abriera.

            ¡Cuánto! me acuerdo de Ortega, Unamuno, Marañón,.... cuando decepcionadas por el rumbo que iba tomando "su" república exclamaron: ¡No era esto, no era esto!.

lunes, 19 de noviembre de 2012

NECROLÓGICAS.

       Llevábamos una temporada sin defunciones y, de golpe, tres.

        Ayer salí pronto de casa. No vi esquelas. Fui a la nave del campo a dejar y coger cacharros. A la vuelta me quedé parlando con un pastor. Legué tarde a casa. En la comida, Sara me dijo que habían enterrado por la mañana a Manola, la mujer de Tite, "el Cartero". Bien que sentí no enterarme para haber acompañado a familia tan querida. Reciban desde aquí su esposo, sus hijas e hijo mi condolencia.

         Llevaba mucho tiempo enfermita. Su hija Mª Dolores se los llevó a Zamora, y la ha cuidado con todo el cariño del mundo. Esa íntima satisfacción le debe quedar.

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          Ayer falleció Julián Holguín, padre de Jesús y de Ángel, el fontanero. Tenía 90 años, y llevaría, puede que 60, o más en Villalpando. Aquí, procedente de Villanueva de los Caballeros, se estableció,  recién casado, de carretero, junto al caño de San Miguel. Extinguiéndose ese oficio evolucionó hacía la carpintería metálica. Fue un hombre trabajador. Ahora vengo del entierro.

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           Unas horas después le tocó el turno a un quinto del anterior, Hipolito González Boyano, "Poli", segundo, detrás de Avelino de la familia de los "Tarines". Seis hermanos y dos hermanas, más otro niño que murió ahogado, de 3 o 4 añicos, en el pilón de la fábrica de harinas, yendo con su madre a por agua. Se criaron en la casica del "Juego Pelota". No conocí al padre. ¿Cómo se arreglaría esa mujer para, sin recursos, sacar adelante a la prole?. Seguro que los mayores, así que levantaban dos palmos, traerían el cacho de pan a casa. La recuerdo menuda y trabajadora como las hormigas. Tenían la huerta de "la Señora Petra". Estaba tapiada, junto al paseo. Se accedía desde éste, por una puerta de madera. Es el lugar que hoy ocupa el Centro Médico y el Cuartel de la Guardia Civil.

          Salvo una de las hermanas, "Cuca", ninguno emigró. Todos se buscaron la vida en el pueblo. Trabajadores, austeros, buenas personas. Esta tarde será el entierro.

           Descansen en paz todos los anteriores.

viernes, 16 de noviembre de 2012

SE OFRECEN ALMENDRAS.



       Están en una josa que tenemos en el Teso Mimbrero, en el faldeo de abajo, lindando con la verja de la tierra de Emiliano de la Puente, hijo.

        El camino más fácil es yendo por la autovía, hasta la salida de la cañada (y de "Los Campos"), que va bordeando el antiguo "Monte de las Pajas", dejando a la derecha, según se coge, el hotel "Cañada Real", y la izquierda, más arriba, los restaurantes "El Raso I" y el "Raso II".

       Se sigue por esa cañada, hasta llegar al citado Teso, en el que hay unas zarzas y un bebedero para la fauna silvestre, o sea: los bichos del campo.

        La finca ocupa la ladera hacía el norte. Está plantada de pinos. Se entra en la finca por la lindera de "contra allá". Se va bajando, dejando los pinos a la izquierda y se llega a la josa.

        Son almendros nuevos, de ocho años, por lo tanto pequeños, las almendras se alcanzan con la mano. Están recolectadas las de los dos extremos. Hay que adentrarse por las roderas que van orilla de la verja, hasta ver unos cartones, donde se verán también arbolitos llenos de almendras.

          ¡OJO!: prueben antes de coger. Algunos son de amargosas, aunque podrían valer para hacer amarguillos.

          En los almendros que tienen pocas, es mejor cogerlas a mano. En los que están más cuajados, se pueden poner debajo unos cartones que allí he dejado, y varearlas (llevar vara). Del cartón se pasan a una caja o cesta (llevar una u otra cosa).

          Resulta que ya hemos cogido para el gasto familiar del año, y ya me he cansado de  echar viajes. Me da pena que no se aprovechen, por eso las ofrezco a quien quiera ir a cogerlas.

          Solo pongo una condición: que tengan cuidado con los arbolitos y no esgarranchen ramas.

          Vayan cuanto antes. Antes de que la lluvia y el viento las tiren al suelo. Ahora ya está seco y desprendido el erizo. Son pequeñas pero ricas y mollares. Se parten con el partepiñones fácilmente. Es un buen alimento. Yo las desayuno a diario, y ya ven que pachonote estoy.

          ¡Qué aprovechen!.

domingo, 4 de noviembre de 2012


                                  JALOGÜII, en inglés HALLOWEEN.

           Cuando atardecido el día 31 aparecieron en casa mis nietecitos de Villalpando, junto con amiguillos, con disfraces “terroríficos” (esqueletos, calaveras, fémures, dráculas, sangre…..), pensé: ¿qué desagradable tontería es esta?. Mayor fue mi sorpresa al decirme que aquella tarde, en el Colegio, habían celebrado la fiesta de “Jalogüii”.

           ¿La fiesta?. ¿Qué fiesta?. ¿Es acaso el sentido pagano de la muerte una fiesta?. ¿Es educativo banalizar algo tan serio?. ¿Puede haber algo más contradictorio que los niños y la muerte?.

            Educados en la cultura Cristiana el día de Todos los Santos, celebrábamos  que en el cielo hubiera una “muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, razas, pueblos y lenguas, de pie, delante del Trono y delante del Cordero,…..”  . Ellos eran los bienaventurados: los pobres, los desprendidos de las riquezas mundanas, los mansos de corazón, los que tienen hambre y sed de la justicia, los que sufren persecución por lo mismo, los que lloran, los misericordiosos, los pacíficos, los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.

            ¡Claro!, ¡cómo no!: ese era el primer día de visita a los cementerios. Todos, niños y mayores. Recordábamos a nuestros difuntos poniendo faroles sobre sus tumbas; puede que la mitad en tierra, las de los más pobres,  aunque a ninguna le faltaba la garabateada cruz, bastantes furruchosas, con el nombre del difunto en la ovalada placa, pintado a mano. Sobre algunas aparecían dispersos crisantemos de la huerta de la “señá” Valentina.

            Pero después por la tarde noche, hasta el toque de queda a las diez, era día de bares, (los tres que había en el pueblo), de baile y cine. Era día de fiesta, de alegría.

            No así el siguiente, el “dos de noviembre”. Ese era propiamente el Día de los Difuntos (Larra lo dejó inmortalizado). En muchos pueblos pasaban toda la noche del uno al dos, las campanas tocando a muerto. Ese era el día en que los Sacerdotes responseaban por las sepulturas, a demanda, recibiendo por ello unas monedas que les depositaban en el bonete bocarriba, portado en la mano por un monaguillo. Los muchachos pasábamos los dos días jugando por allí, sobre todo a “las cartas” a la entrada (apoyábamos y soltábamos, sobre sitio marcado en la pared, algo por encima de nuestra cabeza) uno a uno viejos naipes que caían al suelo;cuando el soltado montaba sobre otro, el dueño ganaba la “tabada”. Recogía todas las cartas del suelo).

            Eran lúgubres aquellos noviembres: los días plomizos, las calles embarradas apenas alumbradas por bombillica en alguna que otra esquina, los frecuentes toques a muerto en cuatro iglesias, las novenas de ánimas en Las Monjas y San Nicolás, iglesias medio a oscuras, túmulos en el centro, brillantes fémures y calaveras, el Sr. Macario en San Nicolás y unas invisibles monjas en el enrejado y puntiagudo coro de arriba, cantando latinajos entre ilegibles y terroríficios (“cuantus terrores futuros…”), las corujas y los apagones de luz que se sumaban al acojone,…. La camilla, el braserico, las cartas, la radio (donde había), el cariño de la familia, nos consolaban y protegían.

            Y, ¿qué tiene que ver esta fiesta de Hallowenn con lo anterior, con nuestras raíces?. Insisto: ¿qué tiene de educativo para ser una actividad escolar?

            Hemos pasado de una infancia numerosa, criada con escaseces, penurias, educada, por ello, en la austeridad, en el espíritu de sacrificio, a una escasa, llena de confort, comodidades, incluso mimos, caprichos, a la que poco se le estimula para el esfuerzo.

            La educación entre algodones, la del buen rollito, cuyo exceso es lo que critico: Me encanta que los críos actuales, disfruten de bienestar. Si bien a medida que van creciendo, mediante el convencimiento, se les deben ir imponiendo obligaciones.

            Y existe, en la Secundaria, a partir de los doce años, una asignatura que se llama “Educación para la Ciudadanía”. ¡Qué risa!. Ya se ven los resultados, sin generalizar: fracaso escolar, botellones, vandalismo,….

            Educación para la ciudadanía, de forma transversal, la nuestra, en aquella austera y solidaria forma de vida, en el buen ambiente familiar, en las sanas costumbres,…. ¡sí, coño!, ¡por qué no!, en la educación religiosa, en valores, cuando era buena. Esa dio la generación que subió al país.

            Pero si con actividades escolares como la fiestecita citada los estamos incitando, entrenando para eso: para la “fiesta” continua, para la “diversión” como única meta de la vida. Y la “diversión” ahora son las noches de alcohol, de contorsiones al ritmo de músicas “tecnos” con decibelios a tope, en antros más o menos multitudinarios y abarrotados.

            Han de ocurrir desgracias como los accidentes de las madrugadas fin de semana, como lo del Madrid Arena, para percatarnos de que así no puede ser. Y buscamos soluciones en la multa, en los reglamentos, en las prohibiciones. Y no, amigos. La solución está en la educación para un cambio de vida. Educación en la familia, en la escuela, en la sociedad.

            Cada centro escolar, al principio de curso, programa sus actividades. Siempre, tras unos contenidos, se fijan unos objetivos educativos a conseguir. ¿Alguien me puede explicar cuál es el objetivo educativo a conseguir pintorrojeando la cara de los niños de zombi, bromeando con la muerte, en la fiesta de Jalogüii?.